Habitar (y pensar) la ciudad
Por Ximena Cortés Oñate
Fuente: Diario Concepción 28/02/2021
Dialogar sobre la ciudad, desde diferentes perspectivas, es un ejercicio que permite entenderla como una entidad social, cultural, intelectual, económica y política. Especialistas de distintas disciplinas reflexionan sobre esta construcción humana.
Una “criatura incierta”. Así ha llamado el arquitecto español Carlos García Vásquez a la ciudad contemporánea, al dar cuenta de la amalgama de variables sociales y económicas, culturales y políticas, temporales y espaciales que la componen, de la multitud de puntos de vista que la explican.
Como lugar físico, se la puede abordar desde la geografía; la convivencia de una multitud de personas de diversos orígenes, la hace materia de la sociología; también la miran la historia, el arte, el urbanismo, que lleva a la política; la tecnología, con la incorporación de los medios de transporte y las smartcities, entre otros temas; la economía, y otras tantas disciplinas que permiten estudiar la ciudad, pero que por sí solas no consiguen el ángulo adecuado.
“Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero estos trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos”, ha dicho, por su parte, Italo Calvino.
Desde una mirada más local, la arquitecta y urbanista Claudia García Lima sostiene que “las ciudades son una construcción humana y, por lo tanto, el reflejo de la organización social que la habita”.
La académica de la Facultad de Arquitectura Urbanismo y Geografía, de la Universidad de Concepción explica que “la ciudad contemporánea es resultado de la evolución de uno de los principales legados culturales de la humanidad occidental, fundado en la ciudad clásica de los griegos y romanos. La ciudad clásica, establece la primera estructura de la vida social y cívica a partir de una esfera pública y política, y también establece el dominio sobre lo natural en una dicotomía con lo rural”.
Presidenta de PlanRed Chile (Red de Planificadores de Chile), García Lima agrega que, pese a ser heredera de estos fundamentos, a diferencia de la ciudad clásica, la ciudad contemporánea “es el principal lugar del habitar humano, y la velocidad de su expansión ha traído consecuencias en las formas de interacción social y ha elevado el fenómeno urbano en la más compleja organización social humana, cuya estructura física de la ciudad clásica ya no acomoda adecuadamente las demandas sociales de una gran cantidad de población aglomerada en el espacio llamado urbano”.
De esa gran expansión y crecimiento ocurrido en tan poco tiempo, sostiene, surgen fenómenos comunes de la ciudad contemporánea occidental, como la segregación social, el deterioro ambiental, el acceso a la vivienda y la movilidad urbana, entre otros.
Algo similar opina el historiador Robinson Silva Hidalgo: “La ciudad actual es hija del neoliberalismo, eso significa que el espacio público, su propiedad, uso y beneficio se piensa para el individuo, como centro de la acción urbana, eso ha hecho que las políticas estatales hayan estado enfocadas hacia los particulares y sus proyectos, relegando a las comunidades como articuladoras de la vida urbana”.
De esta manera, señala el académico del Instituto de Historia y Ciencias Sociales de la Universidad Austral de Chile, el espacio público ha sufrido enormemente. “La ciudad que hoy habitamos está dañada por la fragmentación propia del negocio sobre ella, lo que repercute en la mala calidad de los barrios, los espacios comerciales y los culturales y de ocio, devenidos en nicho de negocio turístico masivo que destruye sus entornos, sociales y naturales”.
Territorio en disputa
Habitar la ciudad en Pandemia ha puesto en evidencia una serie de falencias y desigualdades de nuestro entorno. Para Alejandra Brito Peña, no es que las desigualdades aparezcan frente a situaciones de crisis social, política, económica y sanitaria como la que estamos viviendo, sino que se hacen más visibles.
“Surge una mayor sensibilidad frente al tema porque los problemas sociales se hacen más acuciantes. Vivir una cuarentena, con situaciones de aislamiento y enclaustramiento prolongado como las que hemos tenido, no es igual en una vivienda con amplio espacio, habitaciones confortables para cada uno de los miembros de la familia, con todos los servicios asegurados, que en una vivienda social o en departamentos pequeños. Eso agudiza las tensiones”, sostiene la académica del departamento de Sociología de la Universidad de Concepción.
Compartir esos pequeños espacios con todos los miembros de la familia, más aún cuando se pierde la frontera de lo público y lo privado, y el mundo de la casa se mezcla con el del trabajo, agrega, genera mayores niveles de estrés.
Silva complementa que, a partir de la pandemia, las ciudades revelaron su carácter escindido. “Sin duda, la ciudad fragmentada ha descubierto otra dimensión más radical: la ciudad conflictuada. Esto ha llevado a develar la crisis acerca de la manera en que nos entendemos colectivamente. La ciudad conflictuada pierde como unidad y se instala la percepción de un estado irrelevante, cuando no negligente, y una comunidad enfrentada entre sus componentes”.
Un concepto similar es el que aplica Natascha de Cortillas Diego: la ciudad, dice, es un espacio súper restrictivo, normado. Un territorio en disputa.
“No somos libres en la ciudad, somos controlados. Es un espacio politizado frente a ciertos intereses, donde no están representadas todas las esferas de una sociedad. Un ejemplo de ello es la población Aurora de Chile y su conflicto latente, donde se ve cómo, a partir de una necesidad política de la ciudad, se cuestiona el habitar de esas personas, en ese lugar. Se parte de la base de que ellos no son ciudad”, afirma la artista visual y docente del Departamento de Artes Plásticas, de la Universidad de Concepción.
Derecho a la Ciudad
La importancia de la planificación para anticipar los conflictos propios que conlleva la vida urbana, así como establecer directrices para el desarrollo futuro, es fundamental para García Lima. Esa premisa, dice, es más fácil de declarar que ejecutar.
En ese sentido, señala, “la idea de planificación urbana, centrada en un plan, representación abstracta de un futuro posible, ya no es suficiente para abordar esas complejidades. Se requiere, además, de mecanismos de gestión ágiles y flexibles para permitir una acción anticipada a los problemas”.
Para la arquitecta, la nueva Constitución representa una gran oportunidad en ese sentido, especialmente como posibilidad de “establecer como principio básico el Derecho a la Ciudad, concepto planteado por Lefebvre en los años 60 del siglo pasado y, más recientemente, revisitado por Harvey. Más allá de la discusión teórica y académica, se puede entender como principio de oportunidad equitativa a la posibilidad de un buen vivir en la ciudad”.
La movilidad es uno de los factores que condiciona el habitar la ciudad y el territorio. Movilidad entendida como los viajes y su caracterización socio-espacio-temporal, los que están condicionados por el sistema de transporte que se ha implementado, pero también por las actividades y el equipamiento que se distribuyen en el territorio bajo análisis.
Para el ingeniero Alejandro Tudela Román, “que una persona utilice una fracción importante del día para acceder a un parque, pasa por la distribución de las áreas verdes en el territorio, y el cómo puedo llegar a ellas. Las políticas públicas respecto de qué, cuándo y cuánto se invierte en transporte, puede afectar las decisiones, privadas y públicas, relativas a la localización de las actividades y la satisfacción de necesidad. Aunque, también puede ocurrir lo contrario: que ciertas inversiones en equipamiento y actividades generen presión para invertir en transporte”.
En definitiva, para el académico del Departamento de Ingeniería Civil de la Universidad de Concepción, “el cómo habitamos la ciudad está condicionado por decisiones de terceros y propias. Aun teniendo buena provisión de servicios, alguien puede decidir desplazarse buscando satisfacer una necesidad considerando la valoración relativa que le asigna a ciertos atributos de los servicios que desea usar. Acá aparece la gestión del transporte como un mecanismo para entregar señales acerca de lo que sería más apropiado para el sistema, buscando el bien común, por sobre las decisiones individuales”.
Memoria y dimensión estética
Claramente la ciudad es más que la suma de edificaciones y calles. El habitar no es sólo transitar, ni está en relación con la actividad productiva. Para De Cortillas, no se puede pensar que cuando la ciudad está desalojada, no se habite. “Habitar la ciudad tiene que ver con comprensiones y modelos de cómo ejercemos la vida ahí. El que estemos en la calle o no, es parte de la misma circunstancia. El que la ciudad esté vacía, no significa que se vacíe de sentidos y significados. El arte es el que evidencia que la ciudad siempre esté llena de significados”, afirma.
Según la artista visual, desde las esferas del ámbito artístico ha ocurrido un cambio sustantivo en los últimos años. “Desde 2011 hemos podido ver una tensión respecto de qué y cómo se habita”, dice y pone como ejemplo el asesinato del artista callejero en Panguipulli: “lo que se cuestiona es porque está él ahí, qué está haciendo y para qué. Contrario a lo que se cree, no hay nada más concreto y cerrado que lo público”.
A su juicio, si lo llevamos al campo puramente estético, es interesante cómo las manifestaciones se han tomado también el espacio de la ciudad. Para explicar esto, diferencia entre el espacio público y la calle. Sobre el primero, ya ha señalado que se trata de un espacio controlado y politizado; en tanto, llama calle a “aquello capaz de contener todo lo que ocurre en la urbanidad, como un espacio más oscuro, offsider. Ahí ocurre todo, en términos sociales y políticos: la manifestación, la expresión del espacio democrático. Pareciera que en la oscuridad ocurre la democracia, porque en lo que es trasparente, no”.
Desde otra vereda, el arquitecto Gonzalo Cerda Bintrup sostiene que el estudio, la investigación y la defensa del patrimonio arquitectónico y urbano constituyen un acto de resistencia cultural. “El concepto de patrimonio ha cambiado, pasando de una mirada monumentalista a una de escala barrial y comunitaria. Eso significa que la mirada está puesta ya no sólo en los grandes o antiguos edificios, sino en otras manifestaciones arquitectónicas, urbanas y culturales que resultan significativas para la comunidad”, dice.
Docente e investigador de la Escuela de Arquitectura de la Universidad del Bío-Bío, Cerda identifica dos realidades enfrentadas respecto del patrimonio arquitectónico y urbano: una gran destrucción del patrimonio y, paralelamente, una creciente toma de conciencia del valor y el significado del patrimonio en la ciudad.
Sobre lo primero, señala que el fenómeno se observa desde hace más de 4 décadas, pero se ha acentuado en los últimos 10 años, fundamentalmente debido a la presión inmobiliaria; es decir, una mirada de la ciudad como espacio para el negocio y el lucro. “Eso ha traído un daño muchas veces irreparable a la memoria arquitectónica y urbana de nuestras ciudades. En la actualidad temo más a las inmobiliarias que al terremoto”, sostiene.
Por otro lado, dice advertir una conciencia cada vez mayor, especialmente de los jóvenes, respecto del patrimonio arquitectónico y urbano.
“Veo cómo surgen diversas agrupaciones por la recuperación del patrimonio, como los importantes movimientos por la defensa de la fábrica Bellavista Tomé o, ahora último, por la Fiap también de Tomé, por citar algunas; veo a agrupaciones de vecinos manifestándose en contra de la construcción de torres desproporcionadas a la escala de la ciudad”, señala. También menciona la institucionalidad, con la creación del programa Puesta en Valor del Patrimonio, que ha permitido recuperar importante patrimonio arquitectónico y urbano en el país; así como a jóvenes investigando, publicando y especializándose en la rehabilitación patrimonial, entre otros aspectos destacables.
A su juicio, los desafíos que enfrenta el patrimonio se presentan en tres niveles: el primero, que es posible pensar el desarrollo de la ciudad en paralelo a la valoración de su patrimonio arquitectónico y urbano.
“Hasta ahora se ha difundido, como un dogma, que hay crecimiento o patrimonio. Esa máxima me parece falaz y considero que es posible compatibilizar el necesario crecimiento de la ciudad, rescatando, valorando e incorporando su fuerte carga histórica y patrimonial”, dice.
También destaca la necesidad de reforzar y estimular el trabajo de reconocimiento y puesta en valor del patrimonio de las comunidades y los barrios, mediante la acción colaborativa de las diversas asociaciones comunitarias, las autoridades y las universidades.
Por último, se refiere a la educación patrimonial desde la más temprana infancia en las escuelas hasta la especialización universitaria.
“Desde el ámbito universitario he visto cada vez más compromiso con estos desafíos, con el desarrollo de proyectos de título con propuestas novedosas y contemporáneas para rehabilitar el patrimonio urbano-arquitectónico, nuevas posibilidades de especialización a nivel universitario, tanto en el ámbito de la rehabilitación patrimonial como en el de la investigación. Eso lo considero positivo y esperanzador”, señala.
Ciudad y crisis
Las crisis social y sanitaria nos llevan a enfrentar la ciudad desde otra perspectiva, con modos y usos que modifican nuestro habitar, aunque no necesariamente vayan a mantenerse en el tiempo.
“Vivimos una época de incerteza que tiene un carácter positivo”, señala Brito. “Es una incerteza esperanzadora. Pese a que hay muchas voces que han planteado desconfianza total ante la posibilidad de transformar el modelo económico que nos rige, la posibilidad de redacción de una nueva Constitución abre una posibilidad”, dice.
A su juicio, la ciudad se tiene que convertir en un actor relevante al momento de discutir los nuevos marcos de relaciones sociales que la Constitución ofrece. “El modelo que hemos seguido hasta ahora de una metropolización en todas las grandes conurbaciones del país, como la del Biobío, ha ido construyendo zonas segregadas, amplios niveles de marginalidad social y urbana. Es una segregación instalada y normalizada. Desde esa perspectiva, los desafíos que enfrentamos hoy es cómo construimos ciudades menos segregadas y más microcentros”, señala.
Por otra parte, la pandemia ha desprovisto a muchas ciudades de transeúntes y los medios de transporte también se han visto impactados por esta realidad sanitaria. A juicio de Tudela, el cambio permanente en los patrones de movilidad dependerá de las modificaciones que queden instaladas.
Para el especialista en transporte, “el público en general ha descubierto y generado estrategias para satisfacer sus necesidades, usando mecanismos diferentes a los de pre-pandemia. Una mayor flexibilidad en la gestión del tiempo y los recursos ha sido un elemento a favor, la que ha ido aparejada, en algunos casos, con conflictos para conciliar la vida personal con las obligaciones laborales o de otro tipo. El poder conjugar adecuadamente ambos aspectos puede generar una nueva agenda de actividades y uso de modos de transporte diferente a la de casi un año atrás, o volver a la agenda original, que igual puede sufrir alteraciones”.