Santiago: Ciudad gris y egoísta, según Radio Uchile

La inequidad en Chile se refleja incluso en la cantidad y calidad de espacios verdes. Expertos acusan que muchas zonas que fueron pensadas desde hace décadas para la recreación, hoy se han privatizado. ¿Quién es el culpable?

Desde mucho antes que la ciudad de Santiago de Nueva Extremadura fuera fundada un 12 de febrero de 1541 por Pedro de Valdivia, ya había sido habitada por otros pueblos. Los primeros habitantes de la Cuenca del Río Maipo datan del siglo X AC, quienes ya entonces habían detectado las favorables condiciones que ofrecía este valle de clima mediterráneo.

La evolución de este ecosistema, desde un paisaje bucólico y campestre que reflejan los cuadros coloniales es una postal que contrasta con las edificaciones y estructuras de cemento que revelan la ecuación de una urbe del siglo XXI.

Los árboles que antaño crecían cómodamente hoy han sido relegados a zonas específicas llamadas espacios verdes, los que según diversos estudios no sólo escasean sino que además se reparten de manera inequitativa.

A nivel de metrópolis estos espacios verdes se pueden dividir jerárquicamente en parques metropolitanos, parques intercomunales, parques comunales, parques de barrio y áreas de vecindad. Todos ellos, según el punto de vista con que se analicen, entregan prestaciones de distinto tipo, pueden ser ecológicas, recreativas o deportivas, por lo que tienen distintos tamaños y diseños.

El doctor y académico de la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad de Chile, Jaime Hernández realizó hace unos años un Estudio sobre la Vegetación Urbana en Santiago que reveló “una diferencia notable (dependiendo) del nivel socio económico (de la comuna) en que se encuentren, de modo que aquellas de los sectores más altos asignan un presupuesto anual para el manejo de áreas verdes y arbolado público mayor que las más deprimidas”.

La cobertura arbórea, es decir, la cantidad de árboles que hay en Vitacura, La Reina y Las Condes por separado, superan hasta en 11 veces las que posee la comuna de San Ramón.

El abogado y director de la organización no gubernamental Fiscalía del Medioambiente, Fernando Dougnac, es muy enfático al señalar con dedo acusador las responsabilidades respecto de esta desigual y escasa presencia de los espacios verdes en nuestra ciudad “porque nunca se ha considerado como una necesidad. El plan de descontaminación de Santiago se establecía que no se podían reducir ciertas áreas verdes, pero en el hecho se han reducido. El gobierno de Lagos, por ejemplo, fue restringiendo los planes de descontaminación al punto que no había recursos para ponerlos en marcha”.

La escasez de espacios verdes en el Gran Santiago da cuenta del incumplimiento de exigencias mínimas, como la que hace la Organización Mundial de la Salud, que recomienda al menos nueve metros cuadrados por habitante, en tanto Santiago sólo puede exhibir cuatro metros cuadrados, que equivalen a una cuarta parte de los 16s que sugiere Naciones Unidas.

La responsabilidad pesa sobre las autoridades, pero también sobre quienes habitamos este valle, que no logramos entender las funciones que cumplen estos diferentes espacios verdes, como “entes integradores. Lamentablemente, en Chile se han tomado modelos de otras partes del mundo que no corresponden a nuestra realidad, lo que hace que los municipios pongan muchos árboles y pasto que son caros de mantener, pero además no integran a la comunidad.  La gente en Santiago no camina, no disfruta su ciudad, se requieren más áreas verdes de acuerdo a nuestra situación semiárida”, explica el doctor en Ciencias Forestales y académico de la Universidad de Chile, Carlos Magni.

Inequidad vegetativa

Las cifras son más que elocuentes. Sólo nueve comunas poseen un 50 por ciento de los espacios verdes de las 37 que existen en el Gran Santiago, según establece un estudio de la Consultora Atisba, lo que lleva a una verdadera alarma, sin embargo, hay que considerar que esta cifra puede ser engañosa ya que aquí se estarían considerando como áreas verdes a espacios que no tienen nada de verdes, ya que se contabilizan por ejemplo, un bandejón central de pasto.

Hay organizaciones que se ocupan de estos espacios que son considerados como verdes, pero que en realidad son verdaderos sitios eriazos desde hace décadas. “El dato podría ser más radical aún ya que incluye espacios de comunas pobres  que son canchas de fútbol de tierra. Sin embargo, nos sirve para entender la inequidad que es sobre la que estamos trabajando en Fundación Mi Parque (www.miparque.cl), buscando esos lugares y el financiamiento privado a través de la responsabilidad social empresarial o a través de la mitigación de bonos de carbono”, explica Daniel del Campo, jefe de proyectos de la esta organización.

Existe una ordenanza general de urbanismo y construcciones que, sin embargo, se presta para diferentes interpretaciones y, en definitiva, no pone atención a los más importante, como son las necesidades de quienes habitamos esta ciudad, cuyas características  e insuficiencias han ido cambiando en los últimos años. “En las últimas décadas, hemos pasado de un 6 a un 12 por ciento de adultos mayores y para esa población que incluye a minusválidos e infantes, hay que acercarles los espacios verdes, pero no cualquier tipo”, señala la doctora en Arquitectura y Urbanismo y académica de la Universidad de Chile, María Isabel Pavez. Esta arquitecta ve con preocupación cómo se pone demasiado énfasis en decorar los costados de los autopistas y se olvida a los parques que denomina “de escalón intermedio”, es decir, aquellos que son más grandes que las plazoletas y que permiten regular otros aspectos como el ecológico. También destaca que esta desigual repartición de las áreas verdes en nuestra capital radica en la falta de toma de decisiones respecto de proyectos importantes que a pesar de estar consignados en los planos reguladores intercomunales, como lo es el caso de Río Mapocho, no se materializan.

Muchos ciudadanos han participado a través de la prensa en la polémica iniciativa de hacerlo navegable, cayendo en discusiones inocuas que olvidan su verdadera razón de ser. “Pocos miran al Río Mapocho como lo que quiso ser desde hace muchas décadas: el Parque Metropolitano Río Mapocho o Cuenca del Mapocho. ¿Dónde está la institucionalidad equivalente a la del Parque Metropolitano del Cerro San Cristóbal para este río? De las nueve comunas que concentran el 50 por ciento de las áreas verdes de Santiago, tres o cuatro son tocadas por el río y las otras 16 que también lo hacen, son todas de escasos recursos. Una de ellas es Maipú, que en la proyección de población del INE para los próximos 10 años, recibirá 800 mil habitantes. Entonces, la pregunta es: ¿dónde está la intervención o el plan mayor para este corredor fluvial, ecológico y biológico?

Con gran novedad reciben muchas veces los habitantes del Gran Santiago  la creación de importantes espacios verdes que vienen a saldar el importante déficit que existe, ignorando de paso, que ese parque ya había sido concebido desde hacía décadas. Este es el caso del Parque Bicentenario creado en  la ribera del Río Mapocho en la comuna de Vitacura que recibe hoy a quienes viven en enormes edificios construidos en el lugar y que ven en él un espacio para disfrutar de la vida al aire libre a escasos metros de nuestro principal curso fluvial, pero que ya había estado en la mente de los urbanistas desde hace 70 años.

Más pobres, otros árboles

Existe consenso entre los especialistas al señalar que en este tema en el Gran Santiago no hay un ordenamiento claro. Con preocupación ven la falta de desarrollo de planes directores para realizar la gestión de áreas verdes y árboles de calle, que no se ha implementado en la mayoría de las comunas.  Y aunque si bien, “la mayoría de las comunas tiene conciencia que los inventarios del arbolado público son la base para un buen Manejo de Vegetación Urbana,  por diversas razones no los tienen actualizados. Del total de las municipalidades encuestadas en el año 2002, sólo el 56 por ciento cuenta con inventarios del arbolado de calles, donde prácticamente, todas las comunas del nivel socioeconómico alto lo han realizado”, señala el académico de la Facultad de Ciencias Forestales, Jaime Hernández.

Otra de las conclusiones importantes de su estudio dice relación con la “biodiversidad”, donde “también se presentan grandes diferencias entre los distintos estratos socioeconómicos, (de modo que) en las comunas de nivel alto, se han registrado alrededor de 150 especies distintas mientras que en las de nivel bajo, sólo 60 especies”, acusa el profesor Hernández.

Y es que el desconocimiento respecto de las especies adecuadas para nuestro clima o las características del suelo o riego que requieren es galopante.

Esta ignorancia va de la mano con la falta de conciencia que existe respecto del rol que juegan los árboles en uno de los mayores males que se ciernen sobre la cabeza, o mejor dicho, sobre los pulmones de los santiaguinos. El almacenamiento y secuestro de CO2 es un aspecto vital que el profesor Hernández cuantificó, de modo que “los árboles de Santiago almacenan alrededor de 826 mil toneladas de carbono que se estima en un valor de $16,5 millones de dólares”, una cifra nada de despreciable y que dada la excéntrica economía del siglo XXI es comercializada en bonos que se transan en el mercado internacional, y que podrían a la postre significar importantes ingresos para el país.

El problema es que la visión de corto plazo es la que reina por estas latitudes y en lugar de reforestar y pensar en una posible venta de bonos de carbono, se prefiere seguir construyendo a destajo, incluso a costa de la planificación que han realizado urbanistas en los planos reguladores. Y es que la Ley General de Urbanismo y Construcciones dispone en su artículo 70 la necesidad de que los loteos cedan gratuitamente superficies de terreno que resulten de la aplicación de una tabla que existe en la Ordenanza respectiva, donde se calculan los porcentajes a ceder en función de las densidades de población y esos porcentajes son en parte para áreas verdes de deporte y recreación, otra para equipamiento y  otra para circulación. El problema es que al parecer,  cualquiera puede desafectar estos porcentajes y cambiar el Plan Regulador…una práctica que se ha hecho muy habitual desde el año 1979. “En los últimos 30 años, yo he detectado y muchos estudios así lo avalan, enormes desplazamientos desde lo público a lo privado. Se han privatizado numerosas áreas verdes que estuvieron reservadas como espacios recreacionales de futuro”, acusa la arquitecta y doctora en urbanismo María Isabel Pavez.

Por cierto que no resulta nada de fácil coordinar todos los aspectos que implican el diseño de los espacios verdes de nuestra ciudad, sin embargo, llama la atención, una vez más, cómo los estudios y diagnósticos preparados por especialistas en la materia como los que aquí hemos citado y que revelan una situación inequitativa y alarmante, son desoídos y simplemente, ignorados por las autoridades.

El fantasma del terremoto y sus múltiples advertencias penan sobre la conciencia de una autoridad soberbia e ignorante.

¿Hará falta otra desgracia como las del 27 de febrero para recordarles que deben cambiar la manera de cómo están haciendo las cosas?

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