“Después de la Batalla de Maipú”: La planificación urbana de O’Higgins y la importancia de los símbolos

Por Barbara Espinoza

Fuente: La Voz de Maipú 05/04/2023

“Osorio es más torpe de lo que yo creía. El triunfo de este día es nuestro. El sol por testigo”, se le habría escuchado decir a José de San Martín cuando confirmó la presencia de las tropas realistas al mando de Mariano Osorio aquel 5 de abril de 1818, las que se dirigían a Santiago, aparentemente, sin una planificación clara.

Y efectivamente el triunfo fue de los patriotas tras un sangriento enfrentamiento conocido como la Batalla de Maipú en los llanos del Maipo, y con un O’Higgins afiebrado y vendado de un brazo después de Cancha Rayada, la Historia narra la escena de un amistoso abrazo entre él y libertador trasandino.

Este hito, reconocido como decisivo en el proceso independentista de Chile, marcó el inicio de una fuerte preocupación por parte del régimen para crear expresiones simbólicas y una planificación urbana que le dieran valor a esos “terrenos desolados” donde se plasmó la victoria, según profundiza Oscar Riquelme Gálvez, historiador maipucino y actual candidato a Doctor en Historia de la Universidad de Chile.

En un artículo publicado en 2019, en la Revista de Historia Americana y Argentina (Vol 54, N°2) de la Universidad de Cuyo (Mendoza, Argentina) bajo el título “Después de la Batalla de Maipú: Simbología americanista, planificación urbana y herencia barroca en los llanos de Maipú entre 1818-1823”, Riquelme afirma que antes de la batalla “los llanos no tuvieron importancia alguna para el gobierno de O’Higgins, ni para el régimen colonial”, este último limitándose a un rol mediador en la compra y venta de terrenos entre la elite santiaguina.

Documentos encontrados en el Fondo de Notarios del Archivo Histórico Nacional y aportes sustanciales que hiciera el historiador maipucino, Raúl Tellez Yañez, en su obra “Historia de Maipú”, de 1981, permiten saber el contexto de los llanos antes de la batalla. Las haciendas de El Bajo, Lo Espejo y las tierras de Lepe, que abarcaron gran parte de los llanos del Maipo (unas 22.000 cuadras aproximadamente), que desde el 22 de abril de 1804, pertenecían en manos del “Hospital patriótico del Señor San Juan de Dios”, que había sido heredado en ese entonces por parte de Pedro del Villar García.

“Durante el período de la independencia, la hacienda Lo Espejo, de 4.000 cuadras de extensión, cercada por las lomas y encerrada por montañas y acequias, representó solo un 3 % aproximadamente del terreno ocupado en los llanos del Maipo; estuvo arrendada a censo por Fernando Errázuriz Aldunate, específicamente hacia el año 1818”, complementa el historiador.

El primer paso fue el cambio de nombre: de los Llanos del Maipo a Maipú. Esto se relacionaría directamente a cómo la institucionalidad parte por apropiarse del “espacio natural”. Cabe señalar que este nuevo nombre tendría su origen en cómo los argentinos tendían a llamar la zona en lugar de Maipo.

Luego, el segundo paso: proyectar una simbología que se vio rápidamente materializada -al menos en palabras- como lo fueron la promesa de un templo dedicado a la Virgen del Carmen y un monumento en honor al Ejército, ambos en la línea “americanista”.

Un tercer elemento que vino a consolidar el inicio de este proceso fue la elaboración de un mapa a  cargo de José Alberto Bacler, hoy disponible en la Colección del Museo del Carmen de Maipú. Riquelme, citando al historiador británico Benedict Anderson, señala que “el mapa representa a una institución del poder que moldea el modo en que el régimen político imagina la geografía de sus dominios”.

En la misma línea, citando esta vez al sociólogo Anthony Smith, indica que “para crear una nación hace falta un territorio histórico al cual apreciar y defender, cuya prosperidad sea reconocida por propios y extraños”.

En conversación con Riquelme, señala que “el mapa de José Alberto Bacler es importante no solo como un documento que muestra las posiciones de combate, sino también los sitios geográficos que permitieron trazar un mapa de la tierra natal consagrando sus sitios históricos para que puedan convertirse en altares y en objetos de peregrinación. En ese sentido, el mapa de Bacler representa un primer encuentro imaginado de lo rural con la ciudad (habitantes de Santiago)”.

“No es una simbología que explícita o materialmente se refiera a unos idearios del régimen. En primera instancia, este solo se preocupó durante el mes de abril de conocer y asignar nombres a los distintos espacios del lugar (cerro Pajaritos, camino Pajaritos, chacras y potrillos de Errazuriz y Espejo, etc.). A pesar de ello, este conocimiento imaginado del espacio fue la condición de posibilidad para la infinita reproducción cotidiana de estos símbolos, lo que para el historiador Benedict Anderson, revelaría el auténtico poder del Estado”, agrega.

Regresando a los elementos simbólicos, tanto el proyecto de una edificación de culto religioso como el de un monumento no personalista fueron decretados solo unas cuantas semanas después de la batalla, pero tardaron años en concretarse.

“El gobierno no estaba capacitado económicamente para levantar dos edificaciones de forma simultánea y esto se vio comprobado por la extensa demora en levantar el templo, además, estas expresiones materiales estaban pensadas para un lugar casi inhabitado y alejado de la capital”, expresa en el texto Riquelme.

Recién en los días 9, 16 y 21 de febrero de 1921, a petición de José Tomas Vargas y Arcaya, el gobierno pensó en levantar una villa de 60 cuadras de superficie -muy al estilo barroco-, pensado con sus propios espacios de formación y relación pública: escuelas, una plaza y un templo. Asimismo, el decreto de gobierno del 22 de febrero, bajó las expectativas de construir un Templo Votivo, en reemplazo de una capilla donde la comunidad encontrara un lugar para cumplir con sus sacramentos.

Visto desde un plano más arquitectónico, la villa estaba pensada desde una posición de línea recta con una perspectiva de exaltación de los espacios compuestos de signos (monumento y capilla), para ser usados como centros de la sociabilidad. Adoptada por el gobierno de O’Higgins, en Maipú se pensó este tipo de emplazamiento tradicional, muy propio del régimen colonial, donde la traza cuadrangular de la villa, el uso de la capilla y el monumento debían servir como símbolos y códigos modernos del poder.

Por otra parte, la herencia colonial barroca se expresaba también en la geografía humana misma. Que la batalla del 5 de abril ocurriera en las periferias de Santiago contribuiría tempranamente al efecto centralizador de la naciente república, consolidando la gran ciudad como centro político y cultural, en desmedro de la vida autónoma de las regiones (proceso que no finalizaría hasta las guerras civiles de mediados del siglo XIX).  

Y en eso estaban, en la construcción de la capilla de La Victoria, cuando O’Higgins cayó como Director Supremo en 1823 y junto a él todas las políticas decretadas en la zona, y aunque en ese momento se podría haber considerado a cada proyecto como un completo fracaso, el historiador maipucino asegura que décadas más tarde, entre la formación de la Municipalidad de Maipú en 1891 y el Centenario 1910, se llevó a cabo una planificación urbana con el modelo barroco muy similar a lo pensado inicialmente.

“Sin duda alguna, la herencia más importante de este proyecto surgido de la época de la Guerra de Independencia fue la consolidación del Camino Pajaritos como punto de encuentro entre Santiago, la capital, y el espacio de Maipú, la localidad vecina que logró materializarse a inicios del siglo XX”, sentencia el Oscar en su texto.

Cabe señalar que estas apuestas simbólicas y expresivas de un ordenamiento del espacio no fueron las últimas. Durante el siglo XX, la comuna volvió a ser intervenida tanto por la institucionalidad, como por el mercado. Se puede afirmar que los ejes articuladores de estas apuestas fueron “Camino a Melipilla”, “Camino/Av. Pajaritos” y la “Capilla La Victoria/Templo Votivo”.

Primero, con el ciclo de industrialización, entre 1938-1960, y, segundo, con el ciclo de planificación urbana que promovieron las diferentes instituciones del Estado en conjunto con el mercado inmobiliario a partir del Plan Regulador Intercomunal de 1960.

“Así las cosas, en el Maipú de hoy conviven diferentes expresiones temporales: las decimonónicas heredadas de la batalla (una de sus últimas expresiones, sin duda alguna, fue el Templo Votivo inaugurado en noviembre de 1974); las del desarrollismo industrial del siglo XX (que para 1970, se jactaba de ser la segunda comuna más industrializada del país con 250 empresas, hoy sector alicaído producto de las políticas postfordistas); las del sector público que comenzaron a promoverse de forma masiva y serializada a partir de 1965 por la CORVI, la CORMU, y después de 1976, por el SERVIU; y por último, las del mercado, que a partir de la década de los sesenta ha modernizado la comuna como un polo de servicios terciarios, y a partir de mediados de los noventa, en un cono de alta renta atractivo para el mercado inmobiliario. Uno de los tantos estilos como se forma una comunidad imaginada”, finaliza Riquelme.

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