Los nuevos caminos de la vivienda social chilena

La vivienda social irrumpió con fuerza en la XV Bienal de Arquitectura. No sólo hubo foros y seminarios en que se discutieron políticas habitacionales futuras, sino que un proyecto de vivienda social dinámica sin deuda obtuvo el premio a la mejor obra de arquitectura. Se trata del conjunto Quinta Monroy, construido en Iquique: una obra del programa Elemental de la Universidad Católica de Chile, que encabezó Alejandro Aravena junto con Alfonso Montero, Tomás Cortese, Emilio de la Cerda y el ingeniero Andrés Iacobelli.

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Por Alfredo Rodríguez, Director Ejecutivo Sur Corporación y vicepresidente Colegio de Arquitectos de Chile.

Este premio es una señal fuerte que ha dado el Colegio de Arquitectos frente a la inercia del sector construcción de viviendas sociales al que, durante muchos años, le ha resultado más fácil y ventajoso repetir y repetir agrupaciones de viviendas con modelos que, bien se sabe, terminarán degradándose. Peor aún, conjuntos que sólo cabe demoler.

Arquitectura de calidad para las familias pobres es una respuesta ética. Son ellas las que más necesitan de viviendas flexibles que se adapten a sus necesidades; las que más necesitan de viviendas que tengan futuro, que en vez de deteriorarse se valoricen. Las cien viviendas de Quinta Monroy destacan por su intención de hacer arquitectura en el desierto de los cientos de miles de viviendas sociales construidas en el país. Por «hacer arquitectura» entiendo la voluntad de recoger lo que se puede observar al recorrer las poblaciones: las infinitas ampliaciones, modificaciones y variaciones que expresan el bullente dinamismo con que la gente intenta apropiarse de los lugares donde vive e identificarse con ellos.

Los cinco elementos

Quiero destacar cinco características de Quinta Monroy que lo diferencian del resto de conjuntos de viviendas sociales que encontramos en la periferia de las ciudades de Chile. Primero, es un proyecto que permitió que los antiguos residentes del predio no fueran expulsados fuera de la ciudad. Así, se respeta el interés que ellos tenían de no ser trasladados a Alto Hospicio.

Segundo, el programa Elemental incorporó a los residentes, desde su inicio, como sujetos del proyecto, lo cual facilitó su organización e hizo posible la construcción progresiva de sus viviendas. Tercero, hubo una concepción participativa del diseño del conjunto, y las viviendas fueron agrupadas en torno a cuatro espacios comunes. Cuarto, hubo una búsqueda formal basada en observaciones muy reales de lo que ocurre en los conjuntos construidos. Hay que hacer conjuntos que sólo tengan primeros pisos y últimos pisos, plantea el equipo de arquitectos, pues son los que más fácilmente se modifican, lo que dio por resultado una solución con tres pisos: dos viviendas en el primer piso y tres departamentos dúplex por unidad. Quinto, su arquitectura consiste en una estructura flexible, modificable, incorporada a la trama urbana, y que posteriormente por autoconstrucción los vecinos completan llegando a superficies de setenta metros cuadrados por vivienda. En vez de construir una vivienda terminada pequeña y mala, mejor era hacer media casa bien diseñada, que pudiera crecer.

La XV Bienal marca un hito y un punto de inflexión: colocó la vivienda social como objeto de arquitectura; demostró que con poco financiamiento se puede hacer buena arquitectura, y expresó a través de la participación de arquitectos y estudiantes en foros el interés que suscita su discusión. El proyecto de Quinta Monroy, su calidad como obra de arquitectura, fue posible por el compromiso de Elemental con la arquitectura y con la superación de la pobreza, que los llevó a una estrecha colaboración con los residentes.

Pero también se debió a que la universidad asumió su rol de experimentación, que el ministerio no sólo otorgó los subsidios, sino que apoyó y resolvió trabas, y a una empresa constructora que aceptó intervenir en esta aventura diferente.

Fuente: Urbanismo y construcción, Ediciones Especiales El Mercurio 23 de noviembre de 2006

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