Informar o desinformar
Por Miguel Lawner
Fuente: Interferencia.cl 14/05/2020
El arquitecto y Premio Nacional de Arquitectura 2019, Miguel Lawner hace un paralelo entre la desinformación ciudadana presente en el manejo de la crisis del Covid-19 y la información proporcionada por gobiernos en el pasado en épocas de catástrofe, destacando la importancia del trabajo comunitario y la unión ciudadana a la hora de sobrellevar tiempos de crisis.
El lunes 11 de mayo, el diario electrónico INTERFERENCIA tuvo acceso a la base de datos que el MINSAL mantiene en secreto, publicando un mapa con la ubicación de las personas afectadas por el virus en Santiago.
Esto ha desatado una intensa polémica. Algunos amenazan al diario con llevarlos a la justicia. Otros, menos agresivos, manifiestan en las redes sociales sus dudas respecto a la conveniencia de dicha revelación.
En mi opinión, el manejo de la pandemia que ha hecho el gobierno calza con la lógica militar que Piñera ha manifestado reiteradamente, siendo una de cuyas características fundamentales la desinformación. Él está en guerra y así lo ha repetido en numerosas oportunidades. Ayer, contra los millones de chilenos que se manifestaron públicamente a partir de octubre del año pasado por acabar con la Constitución y el modelo económico vigente en los últimos 40 años. Hoy, está en guerra contra el Covid-19, un enemigo tan cruel y poderoso como el que lo amenazó antes de la pandemia.
Desde que se conocieron los primeros casos de personas infectadas en marzo del presente año, el ministro Manalich ha monopolizado toda la información respecto al curso de la pandemia. Las objeciones del Colegio Médico y de los alcaldes lo forzaron a crear una así llamada Mesa Social Covid-19, a fin de ampliar el círculo de personas e instituciones informadas y recibir propuestas a respecto.
Tanto los alcaldes como el Colegio Médico han reiterado sus reclamos respecto a la insuficiencia de la información y los representantes del Instituto Milenio Fundamentos de los Datos, congelaron su participación criticando al gobierno por “ausencia” de información.
Yo permanecí dos años confinado en calidad de prisionero de guerra, bajo las órdenes de personal de las fuerzas armadas. Allí aprendimos que la desinformación es una norma permanente en su conducta. Cuando en Isla Dawson, nos anunciaron que “de hoy en adelante se racionalizará la alimentación que ustedes están recibiendo”. Su significado fue que la alimentación desmejoró. Cuando nos informaron en términos semejantes respecto a los trabajos forzados a que estábamos sometidos, fue que éstos se hicieron más severos.
La desinformación en la conducta de los militares tiene antecedentes milenarios. Aproximadamente 500 años AC, el general chino Sun Tzu escribió un libro titulado El Arte de la Guerra, ([1]) en donde afirma entre otras ideas lo siguiente:
“Se debe ponderar y deliberar antes de hacer un movimiento. Conquistará quien haya aprendido el arte de la desinformación. Todo el arte de la guerra se basa en el engaño. El supremo arte de la guerra es someter al enemigo sin luchar.”
Por su parte, Clausewitz, un general prusiano que luchó en las guerras napoleónicas, ocurridas el Siglo XIX, escribió un clásico en la materia: “La guerra es la continuación de la política por otros medios”, texto obligatorio en las Academias de Guerra de todos los países del mundo, que promueve la desinformación como método eficaz para desconcertar a un enemigo.
El presidente Piñera declaró Estado de Excepción Constitucional de Catástrofe por noventa días en todo el territorio nacional, ratificando su voluntad de enfrenar la COVID 19 con la lógica militar que ha caracterizado su mandato.
Pero Chile ha conocido otras catástrofes, donde los gobiernos no ocultaron ningún informe a la población y, en cambio, la convocaron para enfrentarla solidariamente.
La primera se refiere al llamado RIÑIHUAZO, ocurrido en mayo de 1960 bajo la presidencia de un gobernante de derecha: Jorge Alessandri. El 22 de mayo de ese año, se produjo el terremoto de mayor intensidad conocido hasta ahora en la historia. De 9,4° Richter, con epicentro en la ciudad de Valdivia, originó un maremoto devastador y generó numerosos derrumbes en la cordillera, uno de los cuales bloqueó el desagüe del Lago Riñihue.
Esta situación amenazaba que el rebalse del tapón acumulara millones de metros cúbicos de agua, las cuales bajarían por el río San Pedro, devastando todo el territorio a su paso, incluyendo la ciudad de Valdivia.
El presidente Alessandri designó al ingeniero Raúl Saez, director de Endesa en la época, a cargo de enfrentar este enorme desafío, quién convocó a las fuerzas armadas y a toda la ciudadanía a colaborar en las faenas de generar un desagüe controlado.
Cuánto bulldozer existía en el país fue enviado a la zona. Las fuerzas armadas destacaron a un gran contingente, al igual que miles de trabajadores, estudiantes, dueñas de casa, campesinos, todos, pala en mano, sin descansar, día y noche hasta lograr el objetivo propuesto.
Las radios, el principal medio de comunicación de la época, emitían informes a cada hora. Nada se le ocultó a la ciudadanía. Nadie pretendió ocultar la gravedad de la catástrofe ocurrida. Sáez hablaba todas las noches dando a conocer los avances diarios y los metros cúbicos extraídos. Nadie ponía en duda sus palabras. Todo era transparente, y cuando comenzaron a escurrir las aguas controladamente, fue una fiesta nacional. Todos nos abrazábamos en las calles. Fue una victoria de la solidaridad y de la información veraz.
La segunda catástrofe que recuerdo se refiere al terremoto, 7,5° de intensidad con epicentro cercano a Valparaíso, ocurrido en Julio de 1971 durante el mandato del presidente Allende, que introdujo una importante modificación a la Ley N° 16.282 de Catástrofes, vigente a la época.
El gobierno resolvió incorporar una modificación importante a dicha Ley, creando los llamados Comités Comunales de Emergencia, integrados por todas las autoridades civiles o militares de cada Comuna, como por ejemplo, alcaldes, Carabineros, el oficial de más alta graduación que operare en la zona, jefe de la zona del Servicio Nacional de Salud, representantes de la Cruz Roja y Cuerpo de Bomberos, entre otros. Asesoraban a este comité dos regidores, representantes de la Unión Comunal de Juntas de Vecinos, representantes de la CUT, de Centros de Madres, de apoderados de Colegios y otros.
Fueron estos Comités de Emergencia los que configuraron el programa detallado de obras a realizar en sus zonas respectivas, y quienes vigilaron su realización. Esto permitió que, a sólo tres meses de ocurrida la catástrofe, se pudiera configurar un programa detallado del conjunto de obras a realizar, publicadas en un libro titulado PLAN DE RECONSTRUCCIÓN, de las provincias de Coquimbo, Aconcagua, Valparaíso, Santiago, y O’higgins, afectadas por el sismo del 8 de julio de 1971.
Todo se hizo con transparencia y con plena participación de la comunidad. Nadie intentó ocultar o manipular las informaciones.
Afiche del Plan de Reconstrucción para el sismo del 8 de julio de 1971
El manejo de la catástrofe originada por el Covid-19 es el polo opuesto de los ejemplos señalados más arriba, ya que predomina la exclusión y la desinformación. No existe ninguna voluntad de convocar a la ciudadanía a enfrentar esta situación unidos y en forma transparente.
El gobierno debió constituir de inmediato los Comités Comunales de Emergencia, dirigidos por los alcaldes e integrados por representantes de Juntas de Vecinos, Carabineros, Bomberos, Centros de Salud, CUT y otros a cargo de implementar las decisiones tomadas por las autoridades del Minsal, con las asesorías que estimara conveniente.
No hay razón alguna para esconder la dirección de las personas afectadas. Por el contrario, su conocimiento habría permitido todo el apoyo de los Comités Comunales de Emergencia. Decenas de miles de voluntarios: Juntas de Vecinos, Centros Sociales, y Deportivos, estudiantes universitarios y profesores sin clase, estarían prestando gratuitamente su colaboración. Transportando a personas minusválidas, llevando paquetes de alimento o medicamentos a personas ancianas confinadas o a enfermos asintomáticos, organizando ollas comunes para alimentar familias sin recursos, sanitizando calles y plazas, etc. Transformando la lucha contra el virus en una causa nacional, solidaria y transparente.
Pero ese camino no figura en quién no sólo desconfía, sino que está en guerra contra su propio pueblo. Todo lo que transmite la televisión majaderamente son acciones represivas: militares vigilando los controles sanitarios; personas que los transgrede, automovilistas que los eluden, autoridades o comentaristas de televisión reclamando por las violaciones del confinamiento o al toque de queda.
Los mismos que días atrás convocaban a tomarse un cafecito en un restaurante o fijaban la reiniciación del año escolar para el 27 de abril dictan cátedra de comportamiento. Reina la desconfianza, cuando debía reinar la confianza. Reina el individualismo cuando debiera reinar la solidaridad, y además reina la desinformación cuando debiéramos estar debidamente informados, a fin de infundirnos la confianza en que, de verdad, sin mentiras, sin respiradores artificiales inexistentes, está en marcha un esfuerzo colectivo por enfrentar esta catástrofe.
Aún hay tiempo.