Crítica libro “El despojo de la Villa San Luis de Las Condes” : El desconocido atentado a los DD. HH.
Fuente: El Mostrador 6-08-2018
Por Francisco Marín Naritelli
“Nuestro entusiasmo alentaba a estos días que corren /
entre la multitud de la igualdad de los días”, Enrique Lihn.
“En el río Mapocho /mueren los gatos / y en el medio del agua/ tiran los sacos, /pero en las poblaciones/con la tormenta/ hombres, perros y gatos /es la misma fiesta”, Víctor Jara.
La noche del 28 de diciembre de 1978, 112 familias fueron desalojadas, a punta de metrallas, de la Villa San Luis de Las Condes. Llevadas en camiones de basura, buses del Ejército, del Municipio de Las Condes y Santiago, y de la Empresa de Transportes Colectivos del Estado (ETC); niños, adultos y ancianos fueron abandonados en diversos lugares de la periferia de Santiago. 40 años después, las periodistas Francisca Allende y Scarlett Olave reconstruyeron dichos acontecimientos que han sido poco abordados por el periodismo nacional, lo que ha ocasionado “que las injusticias y abusos vividos por los expobladores permanezcan en el olvido y que sus demandas no encuentra eco en la sociedad chilena”.
En menos de 200 páginas y dividido en 8 capítulos, el reportaje de investigación (Ceibo ediciones, 2018) de las periodistas Francisca Allende y Scarlett Olave, “pretende reconstruir un relato que permita rescatar los testimonios que han sido olvidados y desempolvar los documentos que iluminan aquellos episodios que permanecían aún grises respecto a un proyecto de vivienda social que no volvió a replicarse en Chile”. Para ello, el libro reproduce archivos de prensa (El Mercurio, La Nación, La Tercera, Las Últimas Noticias y revistas como Ercilla, Araucaria de Chile, Hoy, Punto Final, Solidaridad o revista INVI de la U. de Chile), libros (Demolición de la Villa San Luis de Las Condes de Miguel Lawner, Salvador Allende: Presencia en ausencia de Luis Corvalán, entre otros), artículos académicos, boletines informativos de la Vicaría, hasta registros de propiedad, dictámenes de Contraloría y censos poblacionales, haciendo un trabajo detallado y exhaustivo, digno de una investigación de esta envergadura. Importante es, en este sentido, el recurso de la entrevista (ex pobladores y dirigentes de la Villa como Marmaduque Barrera, Jobita Sandoval, Norma Molina, Jazmín Contreras, Violeta Aguayo y su hija, Mónica Oliva; arquitectos como Ricardo Tapia de la U. de Chile, Patricio Hales también diputado PPD y Alberto Collados, arquitecto y socio de Arquín, una de las constructoras que levantaron la Villa San Luis; abogados del Serviu Metropolitano como Magdalena Rodríguez o Elías Alaluf; abogados de los ex pobladores como Héctor Salazar y José Miguel Serrano; asistentes sociales de la Vicaría como Rita Farías, entre otros), lo que permite crear atmósferas que no solo rememoran un suceso histórico, sino que plantean severos cuestionamientos respecto a la segregación urbana y el derecho a la vivienda digna en el Chile actual. A propósito de la construcción de viviendas sociales en Las Condes, una de las comunas más ricas del país, por parte del alcalde Joaquín Lavín, y la polémica suscitada por la oposición de algunos vecinos de la Rotonda Atenas; lo ocurrido en la Villa San Luis nos sitúa en una perspectiva genealógica, desentrañado orígenes, comprendiendo la naturaleza del problema habitacional desde una mirada interdisciplinaria (política, arquitectónica, urbana o jurídica). Valorable es la incorporación de capítulos (2, 3 y 4) que permiten explicar las diferentes políticas públicas aplicadas por los sucesivos gobiernos durante la década del 50, 60 y parte de los 70, o la concepción de la vivienda como parte de los postulados valóricos de un Estado benefactor. También, y no menor, es la experiencia dictatorial y sus efectos en la inhumana y deleznable segregación social urbana que permanece hasta nuestros días.
“Cuando se intenta reconstruir el relato de la Villa San Luis de Las Condes, todo parece enredarse en una maraña de sucesos complejos, revueltos. Hay distintas historias, disputas y miradas, pero todas comparten una misma génesis: el derecho a la vivienda. Es imposible no voltear hacia atrás, hasta inicios del siglo XX, para comprender cómo comenzó a configurarse la ciudad de Santiago luego que las grandes olas migratorias provienen de distintos puntos del país llegaran en masa, cambiando para siempre el rostro de la metrópolis” (pág. 24).
Para los militares, el desalojo fue justificado por la ausencia de títulos de dominio por parte de los pobladores, considerando la situación de la Villa como una toma ilegal. Sin embargo, la falta de un registro del pago de los dividendos o la discontinuidad en el pago de las cuotas no era razón suficiente para una medida tan brutal como intempestiva. No hubo acuerdo entre las partes, ni sentencia judicial. Ni aviso previo. Aunque la acción fue denunciada por la Iglesia por medio de la Vicaría, en la práctica no hubo respuesta de las autoridades de facto. Es más, el rumor del desalojo se fue gestando desde el golpe de Estado de 1973. Con detenciones y allanamientos. Con amedrentamiento constante. Ya la primera gran erradicación había ocurrido en 1976, cuando cerca de 900 familias se verían expulsadas de sus hogares. El libro recoge el estremecedor relato de una de las pobladoras:
“Nos echaban de a tres familias en camiones de la basura. La hediondez… ¡Para qué te digo! Era como si hubiera un zaguán y ahí, precisamente, veníamos nosotros. En aquella oportunidad me tocó ir en la cola, con los niños y todo. Yo no iba a dejar a mis hijos, así que iba con mis dos guaguas. Nos subimos agarrándonos de cualquier lado para no caernos” (pág. 65).
El destino para ella y su familia no fue más prometedor. “Quienes fueron desalojados en ese periodo, recibieron inmuebles antiguos mediante un comodato pagadero a 24 años, desconociendo las cuotas que ya habían cancelado por los departamentos de la Villa San Luis”. Además, por si fuera poco, “el interior de la vivienda rezumaba humedad y los chinches y las cucarachas brotaban de las paredes y del suelo”.
“Todo era hediondez y caos. Sin vidrios en las ventanas, ni una puerta firme, Jobita (la pobladora) se encontraba ante el umbral de las angustias. Como si los militares hubiesen seguido al pie de la letra la norma de todo relato de terror, el espanto de lo vivido tras el desalojo parecía ahora ir en un crescendo que terminaba en aquella escena desoladora” (pág. 69).
Extensa bibliografía utilizan las autoras para constatar la planificada expulsión de los pobladores más pobres del centro capitalino (hacia la periferia) a partir de la dictadura (el llamado programa “Erradicación y Radicación de Campamentos), desbaratando el proyecto habitacional de la UP e instaurando, al mismo tiempo, el carácter neoliberal que tendrían en el futuro las políticas de vivienda y urbanidad.
“Lo que hace el Estado de la época es ´limpiar´ la ciudad, para facilitar el accionar del mercado. Entonces, lo que hace es sacar los asentamientos precarios de comunas con terrenos de buena plusvalía para hacer negocio inmobiliario: los saca de ahí y los lleva a lugares más periféricos, marginales, de modo tal que se limpie el sector y el privado pueda invertir” (pág. 75), señala Ricardo Tapia, uno de los entrevistados en el libro.
“La vivienda, que antes había sido concebida como un derecho irrenunciable del pueblo, que el Estado tenía la obligación de proporcionar, pasaba a comprenderse –bajo el nuevo modelo económico- como un bien que las familias debían adquirir a través del esfuerzo y el ahorro individual” (pág. 76), dicen las autoras.
“La villa San Luis –hasta 2014– se encontraba reducida a dos bloques de departamentos dispuestos en forma de “L”, dos edificios semiderruidos ubicados en la esquina contraria a éstos y una vasta porción de tierra en su centro. De los 116 departamentos disponibles hasta el año 2014, solo nueve se encontraban habitados: la ocupación de éstos quedaba en evidencia gracias a las coloridas cortinas que vestían sus ventanas. En el resto de las dependencias, el tiempo parecía medirse por las motas de polvo atrapadas en los cansinos rayos de sol que se filtran por los vidrios, algunos de ellos rotos. Por fuera, los dos edificios desvencijados y de presencia estoica parecían ser sobrevivientes de alguna guerra. Por dentro, eran solo un peculiar revoltijo de naturaleza y arquitectura desmoronada, puesto que las botellas y vidrios apiñados en sus rincones le restan solemnidad a las construcciones” (pág. 109).
Conocer la historia de esta inédita e innovadora solución habitacional que fue la Villa San Luis de Las Condes no es solo conocer la historia de 112 familias que vieron truncados sus sueños de dignidad, de acceder a una construcción sólida, signando un cambio radical en sus vidas, luego de vivir en la ribera del río Mapocho, en poblaciones callampas, en “casuchas sin puerta, sin ventanas y con suelo de tierra, techo de fonola y paredes divisorias de cartón”; es también cuestionar el compromiso neoliberal de los gobiernos que sucedieron a Pinochet; y, en un sentido crítico, el contubernio entre militares y políticos en la llamada “Transición”.
Cuando la discusión pública centra su interés en la delincuencia, en los índices de criminalidad, en la extrema violencia, no son pocas las voces –aunque muchas veces silenciadas o con muy poco poder de influencia– que reclaman por la evidente estratificación de la ciudad, la separación topográfica entre clases sociales, el excesivo predominio del mercado y el negocio inmobiliario cuando se habla de ciudad, como causa de dichos males.
La ciudad aparece una y otra vez. Como imaginario, como raigambre, como lenguaje. Dice el filósofo Armando Silva: “Nombrar el territorio es asumirlo en una extensión lingüística e imaginaria; en tanto que recorrerlo, pisándolo, marcándolo en una u otra forma, es darle entidad física que se conjuga, por supuesto, con el acto denominativo” (1997: 48). El libro “El despojo de la Villa San Luis de Las Condes” nos invita a reflexionar, a reconocer a la ciudad también como derecho humano básico, como condición de lo público, lugar de reconocimiento social, de integración y solidaridad. Con razón Hannah Arendt alguna vez dijo que “donde quiera que los hombres viven juntos, existe una trama de relaciones humanas que está, por así decirlo, urdida por los actos y las palabras de innumerables personas” (Arendt, 1995: 105).
Porque vivir es habitar.