El incierto futuro de los otros vecinos de la Alameda

Por Gianluca Parrini

Fuente: La Tercera 31/12/2022

En la principal avenida de Santiago viven 428 personas en situación de calle: la mayoría migrantes, que llegaron a Chile después de 2018. La reactivación del proyecto Eje Alameda-Providencia amenaza la ubicación de sus rucos. ¿Qué hacer con ellos? Las autoridades aún no lo definen.

Carlos Martínez (62) mira la tarde pasar desde su hogar, que no es de concreto ni de ladrillos o madera. Su casa es una carpa forrada con cartón. Vive en el bandejón central de la Alameda, en medio del tráfico incesante de autos y personas. Desde la puerta de su ruco se puede ver el Palacio de la Moneda.

Martínez cuenta que llegó a vivir acá hace seis años. Habita su carpa con su hija de 30 años, que no está porque acaban de discutir. Ella es fruto de uno de sus tres matrimonios, relaciones que tuvo después de que su vida cambió por completo hace más de 40 años.

“Cuando yo tenía 14 años, mi madre falleció. Se llamaba María Luzmira. Ella tenía 38 años, una lola. Estaban separados con mi papá, que no nos ayudó nunca. Me pegó un portazo cuando fui a pedirle ayuda. Ahí empecé a vivir en la calle -recuerda Martínez-. Mi familia no me ayuda, siempre me ha dado la espalda”.

La historia de este hombre se repite a lo largo de toda esta cuadra entre las calles Morandé y Ahumada. Acá hay al menos una decena de rucos. Pero el problema va más allá, se repite a lo largo de casi toda la Alameda: gente viviendo dentro de estructuras hechas de materiales ligeros, sin servicios básicos.

Eso sí, Martínez explica que no ha vivido toda su vida en la calle. Si bien nunca estudió, aprendió a hacer diferentes oficios: fue mecánico, aprendió a trabajar en madera y a cambiar neumáticos, a sacar averías de los autos. De hecho, estuvo viviendo un tiempo en una mediagua y luego arrendó un departamento en Santo Domingo, cerca del metro Gruta de Lourdes.

Pero eso no duró mucho. Se ha separado constantemente. Culpa de ello a la mala relación que ha tenido con sus anteriores parejas, pero también a su carácter.

“Yo sufro de depresión explosiva. Me tomo tres de estas en la mañana -dice mostrando una tira de Sertralinas, unas pastillas antidepresivas-. Me las dieron en el consultorio. Si no me las tomo, me reviento y puedo hasta matar a alguien”.

La realidad que vive Martínez con su hija y todos sus vecinos en los rucos choca con el futuro de la ciudad. La mañana del jueves, el Presidente Gabriel Boric anunció el inicio del proyecto Nueva Alameda Providencia. El lugar donde ha residido desde el 2016 será un sitio en construcción, que contempla mejora en las áreas verdes, una remodelación de la Plaza Baquedano, una ciclovía que recorrerá todo el trazado, así como la mejora de veredas y calzadas.

Cuando se entera del proyecto, Martínez se extraña.

“No tenía idea”.

Terminar en la calle

Según un catastro realizado este año por el municipio de Santiago, en el bandejón central de la Alameda hay 428 personas que pernoctan a diario allí. De ellas, 62 son chilenas y 366 migrantes. La mayoría de los extranjeros vienen de Venezuela y, en menor medida, de Colombia.

Karina Bravo, trabajadora social, se especializó en estudiar las condiciones en que habita la gente que vive en la calle. En ese marco, junto a la Fundación Gente de la Calle, hicieron una serie de catastros y estudios para caracterizar a esas personas.

De lo que Bravo se ha dado cuenta es que el perfil de la persona que vive en la intemperie ha ido cambiando con el tiempo.

“Antes veíamos principalmente a hombres entre 35 y 40 años, en situación de calle por consumir drogas y desvincularse de la familia -explica-. Pero ahora estamos viendo a migrantes, que no necesariamente consumen. Estamos viendo familias completas, donde también hay niños, niñas y adolescentes, además de ver más mujeres”.

Karla Rubilar, quien fue Intendenta de Santiago y ministra de Desarrollo Social, conoció de cerca el problema. En ese tiempo, hacia el 2018, la mayor cantidad de gente en situación de calle era “en situación de calle dura”, detalla Rubilar. Dice que durante la administración pasada se tomaron medidas, como reducir la cantidad de gente que permitía el albergue en el Estadio Víctor Jara. “Era bien indigno, y se hacían peleas”. Lo otro que hicieron fue habilitar albergues más pequeños a lo largo de la ciudad.

Pero el problema se potenció por algunas causas, asevera Bravo.

“Primero, en 2018 Sebastián Piñera abre la Visa de Responsabilidad Democrática para ayudar a los venezolanos que quisieran salir de su país. Luego, el Presidente va a Cúcuta a decirles que en Chile tienen las puertas abiertas”.

Esto trajo problemas, piensa Bravo.

“Hubo más de 200 mil solicitudes de visa que se hacían antes de llegar a Chile, pero cuando entraban al país, se daban cuenta que eran rechazadas. De hecho, el 72% fueron rechazadas -constata-. De hecho, muchas de esas personas eran las que llegaron a Iquique, pero les quemaron las carpas en septiembre del 2021. Varios de ellos se vinieron a Santiago buscando oportunidades”.

Luego, indica la investigadora, el estallido social y la pandemia generaron muchos problemas de empleo. “¿Qué haces? Terminas viviendo en la calle”.

La instalación de rucos genera problemas para la comunidad completa. Juan Mena, concejal de Santiago, dice que esta situación ya existía en la alcaldía anterior. Pero era un problema difícil de abordar por varias razones.

“Hay gente a la que se le ofrece irse a un albergue, con comida, baño y cama limpia. Y hay una parte que dice que sí, porque son familias. -expone Mena-. Pero hay otros que se niegan porque, o trafican droga, o tienen problemas de salud mental”.

Mena sigue su argumentación.

“Y como hay gente que los ayuda, siguen viviendo en esa situación. Y para los vecinos se va generando un rechazo. Hay denuncias de gente que los ha visto teniendo sexo al aire libre o en su carpa. O bien orinan, defecan y se asean en la vía pública”.

Pero, además de la crisis migratoria y la situación económica, hay otro problema que crece: la falta de red de apoyo y la crisis de salud mental.

“En las encuestas que hemos hecho nos dicen mucho que llegaron ahí por la pérdida de un familiar: “se murió mi mamá”, o “se murió mi papá” -detalla Bravo-. Eso, primero, puede desencadenar una depresión. Es gente que se siente sola. Y, luego, esa muerte puede conllevar que la saquen de la casa, o no tengan dónde ir. Se deprimen, caen en el alcohol, en las drogas, y la calle te termina consumiendo”.

Ese es precisamente el caso de Carlos Martínez, que nunca pudo resolver la muerte de su madre, además de descubrir su depresión muy tarde. Lo otro que lamenta, es que su hija también tiene trastornos de salud mental. “Ella tuvo una infancia muy dura. Entonces, está tramitando sacar su pensión de invalidez porque tiene crisis de pánico”.

Asegura Martínez que donde vive es tranquilo. Que no se ven peleas por las noches y que si algo llega a pasar, Carabineros los cuida. Que si hay un vecino muy revoltoso, lo terminan sacando. En eso, su vecina de ruco, una mujer joven, flaca, de baja estatura y pelo rapado se acerca. Le pide un encendedor. Él se lo entrega.

“Es increíble lo que hace la droga. Se gastan toda la plata en eso. Trabajan en cualquier cosa y con diez mil pesos que se hagan ya están listos”.

FOTO: MARIO TELLEZ / LA TERCERA

Sin claridad

Debido a que el proyecto Nueva Alameda Providencia se reactivó recién esta semana, no hay mayor claridad de cuál será el destino del casi medio millar de personas que viven en la principal arteria de la capital.

Por ejemplo, en el Ministerio de Desarrollo Social señalan que están trabajando para generar traslados voluntarios de personas y familias que viven ahí, además de entregar salud y escolarización a quienes lo necesiten. Desde la Municipalidad de Santiago, en tanto, rescatan que se ha doblado el presupuesto del Programa Calle al doble que el año pasado -$180 millones-, a través del cual estas personas acceden a ayuda social, además de tener albergues y planes funcionando para reubicar gente: a la fecha, han podido revertir la situación de calle de 85 familias migrantes.

Eso sí, ninguna de estas instituciones tiene certeza de qué va a pasar con la gente de los rucos cuando empiecen las obras.

Juan Mena, en otro caso, encuentra que la respuesta es evidente:

“Va a pasar lo que tenía que pasar hace años: no puedes permitir la instalación de rucos en ninguna parte -argumenta-. Porque, si permites que se ponga un ruco, luego se pone otro, y otro, y otro al lado. Así ha pasado en varios puntos de la comuna”.

Virginia Palma, también concejal de Santiago, ha visto esta misma situación: “Es difícil diferenciar los que están ahí por necesidad, con aquellos que están ahí por otra razón. Cuando va la Dideco o trabajadores sociales a ayudarlos, les dicen, no nos interesa, nos vamos a poner de nuevo en otro lado”.

Bravo también cree que ese será el destino: “Probablemente se activen programas institucionales para ayudar a la gente que vive en la Alameda, tal como se ha hecho en otras ocasiones”.

Si eso ocurre, Carlos Martínez no opondrá resistencia:

“Habrá que irnos no más. Pero vamos a buscar otro lugar donde ponernos. Si no, ¿dónde nos vamos a ir?”.

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