La realidad de la “mini ciudad de migrantes” que crece a un costado de Mejillones

Por Soy Antofagasta

Fuente: SoyChile 28/03/2022

Un recorrido a las estrechas calles del Campamento Internacional, a través de la señora Elsa Navea, una emblemática dirigente, a quien todos respetan en el sector.

La señora Elsa Navea dice con entusiasmo, al frente de su casa, que la noche anterior, espantó con un bate a unos ladrones. “El otro día me robaste el mueble, le grité a uno, y ahora me vienes a robar de nuevo. Son ladrones. No son de por acá. Aquí todos nos conocemos”, aclara.

Ella camina lento por unas calles, a veces estrechas y terrosas, que llevan nombre de los países donde son originarios los migrantes, es decir: Bolivia y Colombia, entre otras. Como está de moda Corea, también hay una calle que tiene ese nombre. La señora Elsa a cada tanto saluda. Puede decirse que ella es la voz cantante del campamento; el rostro, si esto se tratara de un canal de televisión. Sin duda, la mujer clave del Campamento Internacional de Mejillones, también llamado campamento “Las Industrias”, y que alberga a alrededor de seis mil personas, en su mayoría migrantes bolivianos y colombianos, en ese orden. El dato anterior lo transforma en el campamento más grande de la región, y quizás en el más numeroso del país.

Según contó a El Mercurio de Antofagasta, “me vine de Arica en 2006. Saque la cuenta los años que llevo acá -propone-. Aquí vivo con mi nieta de 13 años. Ella va en octavo básico. Mi jubilación es baja. Ahí me las arreglo para sobrevivir”, afirma con la vista en algún detalle de casas que están en constante expansión. No se le escapa nada a Elsa, quien es de las pocas chilenas que residen en el asentamiento.

Hecha la presentación, la señora nos conduce a un sector donde se quemaron siete casas y falleció una persona. Explica que los hogares, en general, son de material ligero; planchas de madera, “que, en el caso de fuego, encienden al tiro”.

Las viviendas son tema de cacareo en el sector, “o sea por tu casa te conocerán”, dice. Los inmuebles hablan por si mismos, en cuanto a los recursos y negocios de sus ocupantes. Hay viviendas hechas con bloquetas de cemento; otras amplias, con terminaciones de madera; las hay hasta con piscinas y varios estacionamientos. Los vehículos de marca, algunos del año, puede apreciarse en las calles. En un costado, por calle Naciones Unidas, pueden verse quinchos bien armados. A veces una persona es dueña de otras casas, y las arrienda. Arrendar una casa bordea los 200 mil pesos en promedio, a veces un poco más. “Este no es un campamento de pobres”, esclarece Elsa, mientras saluda a un vecino.

La mujer, mientras camina, indica que la mayoría de las casas cuenta con medidores de electricidad; lo que es un punto para ella, porque encabezó las gestiones. “El agua la pasa la sanitaria. Los colombianos hicieron las instalaciones por debajo -en medio pasa un camión de la municipalidad con basura. Elsa les hace un gesto amigable-”. Por un costado de una calle hay un delgado hilo de agua servida con moscas. “Hay sectores donde hay filtraciones de agua. Cuando pasemos por la calle Bolivia, usted verá los pericotes aplastados -minutos más tarde los vemos, en una imagen poco inspiradora-”, sostiene.

Incendio

El incendio de las siete casas es el tema de la señora Elsa y del campamento, en general, en las últimas semanas. La tragedia ocurrió en la madrugada del 21 de febrero. El saldo fue de un fallecido y ocho lesionados; y perdidas totales en lo material.

Desalojo

Desde hace una semana la señora Elsa está preocupada por le destino de una madre con sus dos hijos, todos chilenos-colombianos, a quienes los han amenazado de desalojo. La historia de la mujer grafica la improvisación con la que se realizan los arriendos.

Ingrid Surani Rementería, 23 años, colombiana, de Buenaventura, lleva cinco años en Mejillones, dice desde la puerta de la casa cuestionada. Narra que una persona de la municipalidad llegó a su casa y “me habló fuerte, que tenía que desocupar la casa. Todo delante de mis hijos. Le dije que yo no trabajo, ni tengo dónde caerme con mis hijos. El me dijo que no le importaba. Yo como no estoy trabajando, no tengo a dónde meter a mis hijos ni tengo quien mes los cuide. No tengo como pagar el arriendo. Me dijo que les pidiera ayuda a los vecinos, pero estos no tienen nada que ver conmigo. No tengo a dónde ir”.

Ingrid dice que no le explicaron la razón porque debía desalojar la casa que ocupa hace dos semanas, “pero su argumento era que el sector no estaba habilitado para hacer otra vivienda (es la última casa que se asoma en una calle tipo industrial). Le insistí que no tengo donde pasar la noche. Incluso los vecinos me están arreglando el baño, porque no tengo donde duchar a mis hijos. Tengo una cama allá, una mini cocina por ahí, y los vecinos me pasan la comida. Hay solidaridad. No tengo ni agua ni luz, aunque un vecino me está pasando”.

Explica que anteriormente ellos compraron un terreno, en calle Serrano, “a la señora Ximena. Nos vendió un terreno en dos millones, y nosotros le pasamos un millón 300 y algo. En el momento que íbamos a construir, la señora había vendido el terreno, a dos personas más. Nosotros no pudimos construir ahí. Esa señora nos estafó. No teníamos papeles de notario ni nada, todo a lo amigo. El chico de la municipalidad me está diciendo que tengo que darle 500 mil pesos para no desalojarme”.

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