Quintero-Puchuncaví: Una infancia asediada por un complejo industrial
Por Camila Higuera (desde Quintero-Puchuncaví)
Fuente: Interferencia.cl 15/08/2021
A propósito de la grave crisis climática de la que dio cuenta la ONU en su reciente informe, INTERFERENCIA re-publica la serie de reportajes «Niños de Sacrificio», publicado inicialmente en noviembre de 2019. En este reportaje, se expone la realidad de Quintero y Puchuncaví, y cómo la realidad de la infancia cambió drásticamente desde que llegó el complejo industrial ubicado en la zona.
El complejo industrial instalado en la zona hace 61 años cambió la forma de vivir la infancia de miles de niños que constantemente sufren episodios de intoxicación. El futuro es siempre incierto y es que nadie sabe si de las risas y juegos, luego se pasará a los vómitos, dolores de cabeza, la pérdida de sensibilidad en las piernas, o incluso al cáncer.
Hay dos cosas a las que todos los niños de Quintero y Puchuncaví están acostumbrados. Una de ellas es ver la arena de sus playas negras por el carbón. Lo otro es ver día a día humo saliendo de cada una de las empresas que forman el cordón industrial que le dieron el rango de zona de sacrificio a estas localidades que suman 30 mil habitantes.
Camila Ponce tenía 14 años para el 4 de septiembre de 2018. Ese día, durante la tarde, caminaba con su madre y su hermano por las calles de Chocota, localidad rural en Puchuncaví. En el ambiente había mal olor, algo parecido a gas. Se empezó a marear, se le debilitaron las piernas y casi no pudo caminar. Su madre la llevó de urgencias al Centro de Salud Familiar (Cesfam) de Ventanas y al ingresar, había cerca de ocho personas con los mismos síntomas que ella.
Mientras esperaban a ser atendidos, Camila Ponce comenzó a sentir un peso en la espalda, mucho dolor de cabeza y náuseas. Le dieron suero, paracetamol y la dejaron con reposo por un día. El diagnóstico de ella y de los otros pacientes decía “intoxicación por gases tóxicos”.
Para ese día de septiembre, la Bahía de Quintero-Puchuncaví, ubicada en la Región de Valparaíso, ya se había visto afectada por tres olas de intoxicación en un lapsus de dos semanas. El asunto fue tan grave, que llamó incluso la atención de los grandes medios de Santiago.
La crisis de agosto de 2018
Según el municipio de Quintero, entre el 21 y el 23 de agosto de 2018 -días en que ocurrieron las primeras nubes tóxicas- se registraron 301 atenciones médicas relacionadas a intoxicaciones de diversa complejidad. Mientras que en la Municipalidad de Puchuncaví, 31 personas acudieron a centros asistenciales con los mismos síntomas entre los días 23 y 24 de agosto. Por su lado, la Secretaría Regional Ministerial de Salud de Valparaíso indicó que entre los días 21 de agosto y 9 de octubre, 1.329 personas fueron atendidas por los episodios de intoxicación y 16 de ellas debieron ser hospitalizadas.
El primer día de intoxicaciones, en el ambiente se detectó la presencia de dióxido de azufre, metilcloroformo, nitrobenceno y tolueno. La situación escaló de gravedad y para el 23 de agosto la Intendencia Regional de Valparaíso decretó Alerta Amarilla en las municipalidades de Quintero y Puchuncaví por Emergencia Sanitaria, y se le pidió a los apoderados no enviar a sus niños al colegio al día siguiente.
Las empresas responsables de los gases tóxicos dijeron que estos eran hechos aislados. Antes del 21 de agosto de 2018 sólo habían ocurrido un par de episodios similares.
En marzo de 2011, 33 estudiantes de la escuela La Greda, entonces ubicada frente a la Central Termoeléctrica Ventanas de la empresa AES Gener, se intoxicaron producto de los gases emanados desde Codelco División Ventanas, centro de fundición y refinería de concentrado de cobre. En noviembre, la situación se volvió a repetir y nuevamente 31 niños del establecimiento se vieron afectados por el dióxido de azufre que provenía desde la empresa estatal.
Como consecuencia, la escuela fue reubicada a dos kilómetros de donde estaba originalmente, mientras que la fundición de Codelco continuó con sus funciones usuales.
El complejo industrial de la zona de Quintero, Puchuncaví y Ventanas, está ubicado a lo largo de poco menos de cinco kilómetros bordeando el mar, habiendo ahí centrales termoeléctricas, centros de fundición y de refinería de cobre, terminales de regasificación de gas natural y de petróleo.
Entre las empresas ubicadas en la zona están: Central Termoeléctrica Ventanas de AES Gener (genera energía eléctrica utilizando carbón); División Ventanas de Codelco (centro de fundición y refinería de concentrado de cobre y que también produce ácido sulfúrico); Central Termoeléctrica Quintero de Enel (que utiliza como combustible el gas natural licuado); Puerto Ventanas S.A. (terminal granelero que descarga, almacena y luego distribuye concentrado de cobre y ácido sulfúrico); Terminal GNL Quintero (terminal de regasificación de gas natural licuado); Gasmar (almacena y distribuye gas licuado); Enap (refinería de petróleo); Puerto El Bato de Oxiquim (almacena sustancias químicas); y la Planta de Lubricantes de Copec.
Eran estas las empresas responsables de la crisis de agosto de 2018 -cual más, cual menos- pero además lo son de la contaminación cotidiana que asuela Quintero y Puchuncaví. Tiñen de humo el cielo día a día, provocan derrames de carbón y petróleo en el mar e irrumpen en la infancia de los niños y niñas que crecen en estas tierras.
Nacer para vivir muriendo
En el estudio Suelo y polvo domiciliario como medios de exposición humana a metales en la comuna de Puchuncaví realizado por la Facultad de Agronomía de la Universidad Católica de Valparaíso (UCV) se analizó la “contaminación histórica” a la que han sido expuestos los pobladores de la zona. Se buscaron trazos de arsénico, plomo y cadmio en el polvo domiciliario de 100 casas y en el organismo –uñas y pelo– de 134 adultos y 71 niños. El resultado fue lapidante.
Las muestras de uña y pelo recolectadas demostraron que los pobladores han estado expuestos a los metales pesados por meses o años. La cantidad de arsénico y de otros metales presente en los organismos de los menores de entre uno a 18 años, fue considerablemente mayor a la encontrada en los otros grupos etarios.
El estudio concluyó que los niveles de arsénico en los menores son inaceptables y se estableció que quienes están entre uno y cinco años tienen una alta probabilidad de desarrollar cáncer en alguna etapa de sus vidas. Lo que agrava el problema, es la exposición sin cesar a estos metales. El viento dispersa estas partículas ricas en metales y las deposita en el suelo y en los entretechos de las casas, donde los niños deben encerrarse constantemente debido a las nubes tóxicas que imposibilitan que jueguen al aire libre.
Es importante señalar que la contaminación endémica en localidades es más grave en menores pues estos tienen menos movilidad, por lo que están especialmente afectos a la emisión de contaminantes industriales. Además esto es más grave, pues sus organismos están en desarrollo, por lo que la contaminación por metales pesados tiene efectos más graves y definitivos que en los adultos.
Los menores no están seguros en ninguna parte. Ni en sus casas, ni en los colegios. No pueden jugar ni desarrollar actividad física con normalidad. El temor constante a sufrir dolores de cabeza, náuseas, mareos e incluso el adormecimiento de sus piernas, genera un sentimiento fundado de impotencia y de rabia hacia las instituciones y autoridades.
En la cotidianidad, sus vidas se ven interrumpidas por los malos olores, las nubes tóxicas y de la negligencia de las distintas instituciones del Estado que una y otra vez niegan la gravedad de la situación, según ha así lo ha consignado la Defensoría de la Niñez.
Camila Ponce es la vicepresidenta del colegio Complejo Educacional Sargento Aldea de Ventanas. Cruzando la calle desde el establecimiento se llega a la costanera de la localidad y a escasos metros se pueden ver las tuberías de la Central Termoeléctrica de AES Gener que llegan al mar.
En las ocasiones en que han ocurrido grandes episodios de intoxicación, según recuerda ella, usualmente ha estado nublado por lo que la nube tóxica ha pasado desapercibida a la vista. A mediodía del 20 de agosto de 2019 el día estaba despejado y tibio. A pesar de eso, el purificador de la sala de clases de Ponce está en rojo, indicando que la cantidad de material particulado en el aire es muy alto.
“Con mis compañeros siempre estamos con ese miedo de que nos puede pasar cualquier cosa mientras estamos en clases. Es un miedo que nos atormenta todos los días”, dice la niña.
El Estudio afectación de niños, niñas y adolescentes por contaminación en Quintero y Puchuncaví realizado por la Defensoría de la Niñez junto a la Universidad Católica de Valparaíso (UCV), publicado el pasado 2 de agosto, determinó que para los menores de esas zonas de sacrificio, nacer y desarrollarse implica vivir en un estado incesante de “sufrimiento ambiental”.
La noción de la muerte acelerada por vivir en alguna de estas localidades, es algo presente desde el nacimiento. Y por eso, el sentimiento de “nacer para vivir muriendo” es una experiencia que se vive en silencio, pero que es colectiva, afectando profundamente el desarrollo normal de la infancia y adolescencia.
Otra de las conclusiones a las que llegó el estudio de la Defensoría de la Niñez, fue la responsabilidad del Estado en el proceso de revictimizar a la población infantil que se ha visto afectada directamente por los episodios de intoxicación. Cuando las autoridades institucionales cuestionan y desacreditan los malestares que expresan los menores, se refuerza la visión de que no hay voluntad para solucionar los problemas que vienen de la mano con la contaminación del complejo industrial.
Luego de los episodios de intoxicación de 2018, ese sentimiento de sufrimiento ambiental y la noción de los habitantes de Quintero, Puchuncaví y Ventanas se consolidó con fuerza entre los niños. Día a día, crece la convicción de que el Estado hace oídos sordos y que no hay interés en garantizar el derecho básico de vivir en un lugar libre de contaminación, como indica la Convención sobre los Derechos de los niños, ratificada por Chile en 1990.
Si Camila Ponce pudiera elegir, ella no viviría en una zona de sacrificio. Salir a caminar por la playa o asistir tranquilamente al colegio son cosas que nunca ha podido realizar sintiéndose segura. Y es que todos los días vive en la incertidumbre de que algo le puede pasar a ella, a sus amigos o a su familia.
“Para mí, vivir acá es horrible. No podemos ir tranquilos al colegio porque no sabemos si al segundo vamos a estar en el Policlínico con dolor de cabeza. Para mí es horrible vivir acá. Sin saber si te pueden detectar cáncer. Sin saber qué nos va a pasar”, dice Ponce.
En conversación con INTERFERENCIA, Claudia Espinoza, profesora de la UCV y encargada de realizar el estudio de afectación, dice que una de las conclusiones fueron que “las actividades al aire libre y que tienen que ver con el ocio y la recreación se ha replegado al espacio de lo privado. La forma en que valoran su entorno, el mar y la naturaleza es como sectores de peligro y de riesgo con los eventos de contaminación”.
Además agrega que esto interviene en la cotidianidad de la vida de los NNA. “Las actividades se hacen en las casas y por lo mismo, se reduce el espacio físico en el cual se entretienen y se repliegan a actividades de poca actividad física”, agrega Espinoza.
Encerrados con purificadores de aire
En 1958 Chilectra instaló la primera termoeléctrica en Quintero, inaugurando un complejo industrial que para 1994 ya había alcanzado un peak de contaminación. Ese año, el Ministerio de Agricultura declaró mediante decreto supremo que el área circundante al complejo industrial de Ventanas era una zona saturada de contaminación por anhídrido sulfuroso y material particulado.
A pesar de esto, las industrias siguieron proliferando y se instalaron más termoeléctricas, bodegas de almacenamiento y plantas de lubricantes. En 2015, el Ministerio de Medio Ambiente declaró a las comunas de Quintero, Puchuncaví y Concón como zona saturada por material fino respirable y como zona latente por material particulado respirable.
Luego de las intoxicaciones masivas de 2018, de las alertas amarillas y de las evacuaciones de establecimientos educacionales, la única medida tangible que vieron los menores de la zona, fue la instalación de purificadores de aire en las salas de clases de los colegios. Una medida de mitigación insuficiente, y que poco o nada ha contribuido con el mejoramiento de la calidad de vida de los habitantes de esta zona de sacrificio.
Fueron varios los colegios de Quintero y Puchuncaví los que se movilizaron como forma de reclamo por la contaminación diaria a la que se ven expuestos. Los establecimientos en toma se organizaron y presentaron un petitorio en conjunto. Este incluía: el cierre de algunas faenas; la instalación de enfermerías a las que poder acudir en caso de nubes tóxicas; capacitación técnica de acción ante episodios de intoxicaciones para profesores y estudiantes; y por último la instalación de purificadores de aire.
La única solicitud que se acogió fue la de los purificadores. Sin embargo, la eficiencia de estos han sido cuestionados, ya que la instalación de estos no se acompañó de la limpieza del polvo con partículas minerales de los entretechos, ni mucho menos con sellar las grietas que provocan que el polvo acumulado caiga a las salas de clases.
El otro factor cuestionado es que los purificadores encienden una luz roja cuando detecta la presencia excesiva de material particulado en el aire, lo que alarma a los estudiantes y genera que se tengan que encerrar en las salas durante horas para no respirar directamente el aire contaminado. Pero cuando salen al baño o vuelven a sus casas, la función de los purificadores vuelve a cero.
En conversación con INTERFERENCIA, Manuel Pizarro, el director del Movimiento por la Infancia de Quintero, plantea que las medidas de mitigación adoptadas en la zona son más que insuficientes. En el caso de los purificadores, alega que no están siempre prendidos y que tampoco identifican cuáles son las partículas tóxicas que se encuentran suspendidas en el aire.
“No sabemos qué es lo que hay en el aire de Quintero. Ni los bomberos ni las autoridades tienen las herramientas para poder identificar estas partículas, porque dicen que sus máquinas están descalibradas”, dice Pizarro. Además, agrega que al no tener identificado los gases, no se sabe cuál es el efecto que provoca en la salud de los niños, fuera de los episodios inmediatos de intoxicación.
Cobre en los huesos
En una investigación realizada por Camilo Urra, para optar al título de Geólogo de la Universidad San Sebastián, que analizó los niveles de contaminación en los espacios aledaños al Complejo Industrial Ventanas. Se tomaron muestras de sedimentos, suelo, restos de gastrópodos, restos óseos de aves y calcáreos de las comunas de Quintero, Puchuncaví y del Humedal Campiche, ubicado frente a División Ventanas de Codelco.
Los resultados fueron impactantes. Los restos óseos y de gastrópodos del Humedal Campiche estaban extremadamente contaminados por cobre. El color de los restos era verdoso. Las concentraciones del mineral en los sedimentos fluctuaban entre 6.000 y 38.000 mg/kg, cifras similares a las encontradas en depósitos minerales, donde la concentración normal es de 5.000 y 50.000 mg/kg.
Urra, quien conversó con INTERFERENCIA, llegó a la conclusión de que la extrema presencia del mineral en el humedal tiene como probable origen el centro de fundición y refinería de concentrado de cobre de la División Ventanas de Codelco. La investigación llegó a la conclusión de que “se deduce que el elemento que presenta mayor peligro al medio ambiente y probablemente para la salud de las personas es Cu”.
La exposición a altas concentraciones de cobre, supone un peligro grave principalmente para el correcto desarrollo de los niños y niñas, ya que provoca disminución en la tasa de crecimiento corporal y ataxia neonatal, entre otras cosas.
Autismo y otras patologías cognitivas
A pesar de que la bahía de Quintero-Puchuncaví se ha visto expuesta a la contaminación por más de 50 años, no son suficientes los estudios que se han hecho a los habitantes de la zona. A diferencia de otras localidades que sufren contaminación por la presencia industrial –como Coronel o Talca– las autoridades locales poco o nada han hecho por impulsar exámenes toxicológicos que ayuden a identificar cuáles son las consecuencias de estar expuestos a partículas nocivas por periodos prolongados.
Aquellos análisis que han encontrado presencia de metales pesados en la sangre, pelo y uñas de los menores, han sido realizado en su mayoría por particulares. Los centros de salud en la zona son insuficientes y no tienen los especialistas que necesita una población que sufre de patologías distintas a las de otras zonas del país.
María Araya nació en Valparaíso y hace 25 años vive en Quintero. Su hijo de cinco años fue diagnosticado con Trastorno de Espectro Autista (TEA) en 2018. “Cuando diagnosticaron a mi hijo, me dijeron que como posible causa estaba el haber sido expuesto a metales pesados durante su gestación”, dice Araya a INTERFERENCIA.
La mujer es la presidenta del Consejo Consultivo Ciudadano del Hospital Adriana Cousiño de Quintero y habla con rabia. Ha visto como en los últimos años ha aumentado la cantidad de niños diagnosticados con TEA, hiperactividad, leucemia u otros tipos de cáncer.
Según los registros del Plan Anual de Desarrollo Educativo Municipal (Padem) de Puchuncaví, la cantidad de niños que ingresaron al Programa de Integración Escolar (PIE) aumentó de manera considerable. Si en 2012 eran 112 los niños y niñas acogidos al programa, en 2017 esta cifra se había elevado a 450 menores de edad. Los diagnósticos más comunes son dificultad específica del aprendizaje y trastorno específico del lenguaje.
Efectivamente, la infancia en la zona de sacrificio de Quintero-Puchuncaví es diferente a la de otras ciudades del país. “Los que vivimos aquí luchamos contra un polo industrial que le da millones de millones de pesos a este país. Pero acá nos empobrecen, enferman y matan a nuestros hijos. Acá se están sacrificando niños. A cualquiera le parte el alma”, dice María Araya mientras espera que su hijo salga de la escuela especial a la que asiste en Puchuncaví.
Recurso de protección de Piñera hacia abajo
En mayo de 2019 la Corte Suprema falló en facor de acoger el recurso de protección ingresado por más de diez particulares, organizaciones e instituciones, en contra de las empresas que tienen actividades en el Complejo Industrial Ventanas, y en contra de las instituciones del Estado como los ministerios de Medio Ambiente, Salud e Interior, además de la Intendencia de la Región de Valparaíso, la Superintendencia del Medio Ambiente, la Dirección Regional de la Oficina Nacional de Emergencia, la Dirección Regional de la Oficina Nacional de Emergencia de la Quinta Región, la Dirección Nacional de la Oficina Nacional de Emergencia, la Secretaría Regional Ministerial de Medio Ambiente de Valparaíso, la Secretaría Regional Ministerial de Salud de Valparaíso, las municipalidades y en contra del Presidente Sebastián Piñera.
El recurso de protección originalmente había sido rechazado por la Corte de Apelaciones de Valparaíso en febrero de 2019, pero la Corte Suprema lo acogió, sentando un precedente con las indicaciones que entregó: se deben identificar cuáles son los elementos nocivos para la salud y para el medio ambiente, para así poder “determinar qué patologías han sido producidas por la contaminación del aire, del suelo y del agua”, dice el fallo.
También la resolución indica que en caso de que se produzcan más episodios de intoxicaciones, la población de la Bahía Quintero-Puchuncaví, debe ser evacuada de la zona contaminada. Sin duda que uno de los puntos más relevantes es la recomendación de suspender por 90 días todas las actividades del Complejo Industrial Ventanas, mientras que las empresas aludidas en el recurso de protección en conjunto al presidente de la República, deben realizar un Programa de Prevención y Descontaminación efectivo.