La dignidad martirizada de los vecinos de Plaza Italia y Parque Forestal
Por Juan Guillermo Tejeda
Fuente: El Mostrador 15/10/2020
Creo que la protesta de los viernes, repetida como meme, estimulada por la acción contraproducente de una policía obsoleta y añorante del general Stange, representa la banalización plastificada de la protesta, su basurización ritual, su conversión en producto mediático y telegénico, aplaudida o censurada, para el caso da lo mismo, por gente que vive cómodamente en otro lado. Una vez terminado el evento, tanto los manifestantes como los carabineros se van a dormir tranquilos a sus barrios. Y dejan un rastro de destrucción, nubes tóxicas, incertidumbre, estropicios y disfuncionalidades en los barrios cercanos, privando de sus derechos más elementales a la personas que sí viven y duermen y desayunan allí, ellas no pueden tener un descanso, o entrar y salir de sus casas, o mantener las fachadas de sus edificios de color y textura que ellos decidan.
¿Es revolucionario lo que ocurre cada viernes en Plaza Italia? Ayer me permití subir un posteo del siempre creativo Cristián Leporati, donde llama a considerar las manifestaciones por la dignidad que llevan ya un año –él propone considerarlas rituales– desde una perspectiva antropológica, y acompaña el posteo con la foto de una danza tribal de los yanomami. Hubo alguna discusión, varios cabezas de ladrillo se indignaron, que es muy trendy indignarse: yo intento, más que enfurecerme, entender.
Y en efecto, no cabe duda que estamos ante la manifestación pública de un descontento muy fuerte y justificado, que no conozco ciudad más discriminadora que Santiago de Chile ni modo neoliberal más salvaje y caótico que el que nos ha tocado como sociedad, ni valores más corruptos que los que defiende nuestra selecta y elegante y exclusiva elite empresarial, política, mediática.
Por otra parte el loop repetitivo del acontecimiento me lleva a pensar, con Leporati, que aquí hay algo ritual. Yo pensaba, más que en una danza, en un combate semanal de gladiadores, unos uniformados y contratados por el Estado, otros más bien un contingente juvenil, espontáneo y enardecido, todo ello en una plaza y en un modo que ha ido destruyendo la vida cotidiana de decenas de miles de vecinos y vecinas de los barrios aledaños.
Son cosas paralelas, y sé que hay cabezas, yo les llamo de ladrillo, que tienen dificultades para considerar, en una situación compleja, las diversas dinámicas que se desarrollan paralelamente.
En las zonas de Bustamante, Providencia, Bellavista, Alameda, Parque Forestal, Lastarria y Santa Lucía, hay comercios y oficinas, familias, parejas, estudiantes, jubilados, también señoras que necesitan ir a comprar, abuelos como yo que no pueden invitar a sus nietos porque la weá es imprevisible, chicas profesionales que no logran cruzar a su casa después de trabajar todo el día en un juzgado o un ministerio.
Creo que esta ceremonia repetida como meme, estimulada por la acción contraproducente de una policía obsoleta y añorante del general Stange, representa la banalización plastificada de la protesta, su basurización ritual, su conversión en producto mediático y telegénico, aplaudida o censurada, para el caso da lo mismo, por gente que vive cómodamente en otro lado.
Una vez terminado el evento, tanto los manifestantes como los carabineros se van a dormir tranquilos a sus barrios. Y dejan un rastro de destrucción, nubes tóxicas, incertidumbre, estropicios y disfuncionalidades en los barrios cercanos, privando de sus derechos más elementales a la personas que sí viven y duermen y desayunan allí, ellas no pueden tener un descanso, o entrar y salir de sus casas, o mantener las fachadas de sus edificios de color y textura que ellos decidan.
Creo que, desde hace un año, a los vecinos y vecinas de la amplia zona alrededor de Plaza Italia, se nos falta sistemáticamente el respeto, y eso va para todos los que participan en el recurrente ritual guerrero, tanto los manifestantes más gimnásticos que se juegan el pellejo como los carabineros correctamente pertrechados: esa zona que para ellos es un campo de batalla, para muchísima gente de diferentes edades es su casa, su entorno, su espacio.
De repente El Mercurio o Canal 13 o alguna otra de esas parodias de medios de comunicación, se aprovecha del martirio de los vecinos para clamar en contra de los vandalismos: no porque les importen los vecinos, en realidad no quieren que la gente proteste ni se manifieste. Pienso lo contrario, que es fundamental, estructural, que la gente tenga la posibilidad de manifestarse y de hacer oír su voz y su furia.
Un gobierno inepto y mediocre como el que tenemos carece de la amplitud de mirada necesaria para entender y menos para solucionar el tema. Están acostumbrados a ver la vida en términos empobrecidos de palo (represión) y zanahoria (money). Pero hay más que palos y zanahorias en esta vida. Está, por ejemplo, la dignidad, que los manifestantes han puesto de manera brillante en primer plano.
Nos gustaría a las decenas de miles de vecinos y vecinas, que esa dignidad nos llegue también a nosotros.
¡Manifestaros, oh santiaguinos y santiaguinas! ¡Protestad a fondo y firmemente en contra de este modelo rapaz que tiene a tanta gente esclavizada por sueldos precarios en tareas absurdas y pagando deudas por enfermarse, por educarse, por las cosas más esenciales, mientras unos cuantos se enriquecen de manera repugnante! Sería tan agradable descentralizar la protesta, llevarla a los núcleos del maltrato, y olvidarse de hacerla caer una y otra vez sobre el mismo lugar martirizado. Hay tantas plazas en Santiago y tantas otras cosas. El poder hace rato que no está en la Plaza Italia.
* El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.