Diseño y gestión de programas sociales
La falta de evaluación de impacto, seguimiento y control de los programas es un elemento que se echa de menos.
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por Rosita Camhi P., Investigadora Programa Social Libertad y Desarrollo
Sorprende ver el reportaje del programa Contacto y constatar que aun cuando hemos sido un país exitoso en la erradicación de la pobreza, queda un núcleo de personas viviendo en condiciones muy poco aceptables para cualquier ser humano.
El gasto social se ha más que duplicado desde 1990 y a pesar de la enorme cantidad de recursos, aún no se da solución a muchos de los problemas de los más pobres. Un reciente estudio de Libertad y Desarrollo, efectuado con datos del 2003, muestra que en el caso de los hogares pertenecientes al 10% más pobre de la población, es decir, población viviendo en condiciones de indigencia, el 50% presenta carencias importantes en vivienda, como falta de alcantarillado, agua potable o viviendas de mala calidad; el 22% vive hacinado, el desempleo es cinco veces mayor que el promedio nacional y programas tan importantes como el de alimentación escolar no eran recibidos por un 33% de los niños de enseñanza básica y un 58% de la enseñanza media.
Debiera cuestionarse entonces si el diseño y la gestión de los diversos programas sociales son los más apropiados. Entre los problemas de diseño no se ha considerado con suficiente énfasis que más que transferir un conjunto de subsidios en dinero a las personas pobres, el objetivo más importante de la política social es ayudar a la formación de capacidades para que las personas puedan beneficiarse del crecimiento económico. Quienes logran acceder a un trabajo permanente, ya sea por cuenta propia o remunerado, pueden salir de la pobreza, y hoy todos los programas destinados a superar la pobreza más extrema debieran considerar ese elemento central.
Otro aspecto relevante en el diseño es la falta de vínculos entre los distintos programas que pretenden beneficiar a la misma población. Se están llevando a cabo muchos programas destinados a ayudar a estas personas y muchos de ellos tienen los mismos objetivos. Sin embargo, en la mayoría de los casos se estructuran y diseñan en el nivel central de los diferentes ministerios, sin una visión integral del problema. Entonces, no consiguen el impacto esperado, porque las buenas intenciones que se traducen en normas, procedimientos e instructivos, terminan diluyéndose en un conjunto de acciones descoordinadas, realizadas por distintas instituciones e intermediarios, con el consecuente desperdicio de recursos y pérdida del impacto esperado. Producto de esta situación es que muchas familias pobres van quedando al margen de los beneficios sociales o bien reciben algún tipo de ayuda que no les soluciona sus problemas.
Esta coordinación podría darse en mejor forma con la gestión y participación del nivel local, por su cercanía a las necesidades y demandas de los pobres y por cuanto es una instancia donde las personas pueden reclamar sus derechos.
La falta de evaluación de impacto, seguimiento y control de los programas es otro elemento que se echa de menos. Hay poca información que permita constatar su costo-efectividad o auditorías efectuadas por instancias independientes a los respectivos ministerios, de modo de lograr la objetividad que se requiere
Lo más increíble de todo es que los recursos sí están disponibles. Un estudio reciente (Razczynski y Serrano 2005), da cuenta de la creación de alrededor de 400 programas sociales a contar de los 90, para población en campamentos, jóvenes pobres, jefas de hogar, indígenas, tercera edad, vivienda, iniciativas locales y comunitarias entre otros.
Si sólo consideramos el presupuesto anual de cuatro programas que debieran ser destinados íntegramente a superar la indigencia, como son: Chile Solidario (Programa Puente), Chile Barrio, FOSIS y el Fondo Solidario de Vivienda, éste asciende a $187.063 millones de pesos para este año. Esto significa un monto cercano a $ 1.617.000 anual por familia indigente. Tal vez si esto se entregara directamente, asociado a empleabilidad, a las propias familias, de seguro éstas sabrían superar su condición de pobreza.
Fuente: El Mercurio Jueves 21 de junio de 2007