Baquedano nunca se ganó la Plaza Italia
Por Rafael Sagredo Baeza
Fuente: CIPER Académico 17/03/2021
La discusión sobre el monumento a Baquedano se ha centrado en el rol del general en nuestra historia. Este texto agrega otra perspectiva al debate: la historia del monumento y del lugar donde está emplazado. El autor nos recuerda que fue levantado por la dictadura de Carlos Ibáñez, quien buscaba reconocer el papel del Ejército en la sociedad en una época en que los chilenos demandaban justicia social. Pero ese homenaje nunca se ganó el corazón ciudadano y la plaza de hecho se ha seguido llamando Plaza Italia. Dicho de otro modo: ese lugar nunca ha sido el espacio para rendir honores a la patria sino el sitio de las principales manifestaciones ciudadanas.
Los hechos ocurridos en Plaza Italia, como se la ha llamado por más de un siglo a pesar de que desde 1928, con la instalación de la estatua del general Baquedano, se supone que cambió de nombre, tiene en la discusión sobre el monumento una de sus aristas más estimulantes por reflejar nuestra sociedad y, con ella, su idea de Historia.
La relación entre Historia y contingencia no es nueva, en realidad es presupuesto del quehacer de quienes estudian el pasado, una tarea que cuenta entre sus objetivos esenciales el de contribuir a comprender el presente, proyectándonos así hacia el futuro. Un reflejo elocuente de que toda Historia es hija de su tiempo, pero también de que el pasado cambia, se transforma, condicionado por la evolución social que exige siempre nuevas representaciones de los hechos ocurridos y renovadas interpretaciones sobre la actuación de las personas que los protagonizaron. Muestra a su vez de la influencia de las preocupaciones e intereses de la comunidad en la cual se produce el conocimiento.
En el caso que nos ocupa el problema es interesante pues el monumento se transformó en un símbolo, pero no de nuestra historia como se supone que es una estatua, sino que de las representaciones existentes sobre la realidad social y política actual. De tal modo que sacarlo para unos es una claudicación del Estado ante la violencia, mientras que para otros mantenerlo en su sitio era una provocación, en realidad una excusa amparada en la noción que simboliza lo que hoy se repudia sin matices, esto es, el abuso, sobre todo si es del poder.
De ahí el afán por llamar plaza Dignidad al lugar en que se han expresado elocuentemente diversas demandas ciudadanas propias de los tiempos que vivimos, lo que la ha transformado en un sitio de disputa política contingente que, como muchas veces, implica a la Historia. Sobre todo, para usar y abusar de ella, utilizándola para legitimar no interpretaciones sobre el pasado, sino que posturas respecto del Chile de hoy que, supuestamente, la historia avalaría.
Tal vez lo primero que habría que tener claro, como lamentablemente no lo tienen quienes transforman los que consideran atentados a la imagen del general Baquedano en afrentas a la historia patria, al Ejército o a las tradiciones nacionales, es que los monumentos también tienen su historia; es decir, un contexto que explica su instalación en el espacio público y, especialmente, que las apreciaciones sobre estos evolucionan desde lo que representaron para los contemporáneos al momento de instalarse y lo que, por ejemplo, hoy significan para los ciudadanos que conviven con ellos.
Nadie nace de bronce o con la condición de héroe. Sus acciones y obras, pero sobre todo el valor, noción, idea, significado o representación de quienes los exaltan como modelos sociales es lo esencial para su transformación en ejemplo para la ciudadanía. Así, resulta fundamental analizar por qué se levantó el monumento tal o cual, entender las razones por las que algunos decidieron en algún momento homenajear, por ejemplo, al general Manuel Baquedano. Una noción que en este como en cualquier otro caso que ofrezcamos, no garantiza que por siempre lo que unos consideraron digno de ejemplo y homenaje, incluso para llevarlo al bronce como estatua pública, se mantenga como valor social. Los valores, intereses, aspiraciones de la sociedad cambian con ella y, por lo tanto, sus héroes y heroínas también. Una realidad evidente que aun para muchos resulta tan difícil de aceptar que transforman cualquier modificación en una expresión de crisis. Un rechazo al cambio que es a su vez una negación de la Historia, pues esta evidencia que las transformaciones son una parte esencial de la trayectoria histórica de la humanidad.
Sobre todo si, como ocurrió con el monumento a Baquedano, este nunca realmente logró transformarse en un homenaje sentido por la ciudadanía, como lo demuestra la permanencia del nombre Plaza Italia durante los últimos noventa y tres años.
Lo cierto es que la representación del militar reconocido sobre todo por su participación en la guerra del Pacífico, un hecho que hoy algunos transforman en un acontecimiento histórico nacional solo superado en trascendencia por la Independencia, se materializó en una época, la dictadura de Carlos Ibáñez, en que lo que se pretendía homenajear había caído en desuso. Tanto por la experiencia traumática de la Primera Guerra Mundial, como por el protagonismo de las masas, cuya elocuente eclosión se hizo evidente a través de reconocidos hitos, como las revoluciones mexicana y rusa. Así, lo militar y su épica, tal vez muy valoradas en el siglo XIX cuando se constituía la nación y se las exaltaba como instrumento de cohesión, ya habían dejado de ser tan ponderadas. Entre otras razones por las nuevas demandas de una sociedad que en el caso de Chile anhelaba justicia social, un papel activo del Estado, más democracia e inclusión de los sectores menos favorecidos, como por lo demás lo expresó Arturo Alessandri en su campaña de 1920 y el mismo Ibáñez como líder de los militares que en 1925 fueron decisivos para la aprobación de la nueva Constitución que acogía tales anhelos.
Los monumentos también tienen su historia, es decir, un contexto. Las apreciaciones sobre estos evolucionan desde lo que representaron para los contemporáneos a lo que hoy significan para los ciudadanos que conviven con ellos.
La trascendencia de la estatua de Baquedano, que hoy muchos asocian a la historia de la nación y a las glorias del Ejército, cuando no a la existencia misma del orden y estabilidad del país, es producto no de lo que representa el militar o la institución militar que a través del conjunto escultórico se homenajeaba, sino que de la situación y condición que a lo largo del siglo XX fue adquiriendo la Plaza Italia. Un espacio público hoy central, icónico, significativo para la expresión del sentir ciudadano, muy diferente de lo que era en 1928 cuando se inauguró el monumento en los entonces confines de la ciudad. Así, lo que en la actualidad se discute tiene poco que ver con la historia del general, y mucho con el cuestionamiento evidente a una realidad nacional representada como “asilo contra la opresión” y “copia feliz del Edén” que, sin embargo, no se materializan en la vida concreta de una parte sustantiva de la población, entre otras razones por sus precarias condiciones de vida y por los abusos que reciben por parte de sujetos e instituciones que deben protegerlos. Sin olvidar la inequidad estructural de nuestra sociedad.
Desafortunadamente para el general, que por lo demás nunca tuvo el reconocimiento unánime por su desempeño como estratega militar, la discusión que lo involucra es sobre el Chile actual, los proyectos políticos que se disputan el futuro, las visiones de sociedad que a través de ellos se expresan, los intereses que estos reflejan y, también, y muy positivo, los usos sociales del espacio público. Pero sobre todo evidencia una contradicción ya antigua y constante en nuestra historia entre la angustia que la expresión de las masas significa para muchos, y los anhelos de libertad y dignidad que los manifestantes, aún en medio de una violencia repudiable, expresan como justificación. Todos temas, como siempre, en que el conocimiento histórico es utilizado por unos y otros, aunque no siempre con el afán de conocer, argumentar y comprender que es lo propio de la Historia. Entre otras razones, porque nuestra formación histórica como sociedad es muy modesta, básica, prácticamente inexistente, y por lo tanto puede pasar como Historia casi cualquier cosa; pero también porque la noción de Historia que por casi dos siglos prevaleció fue una destinada no al conocimiento y a la explicación analítica y comprensiva del pasado basada en los vestigios disponibles, sino que a la ponderación, legitimación y prestigio de instituciones y personas que así podían utilizarse para, también, sustentar proyectos políticos. Como los que a propósito de la estatua de Baquedano en la Plaza Italia se expresan. Uno de cuyos efectos positivos ha sido, hay que reconocerlo, situar la revisión de nuestra historia como un tema social relevante, conectando el pasado con el presente, obligando a un ejercicio de pensamiento crítico que es, precisamente, el que la Historia contribuye a formar.