A 50 años de la Unidad Popular: ¡Vamos para Arriba!
Por Genaro Cuadros
Fuente: El Mostrador 05/09/2020
Al momento de la victoria, el 4 de septiembre 1970, Chile experimentaba una urbanización acelerada profundamente desigual. Enfrentar el déficit habitacional, acceso a servicios y equipamientos urbanos sería el desafío del Gobierno Popular. Aplicando creatividad y participación de sectores populares, el Presidente Allende abordó con innovación los problemas que aún enfrentamos hoy.
Salvador Allende y la vía chilena al socialismo en democracia contaba con un programa de 40 medidas, la movilización de una generación de nuevos profesionales innovadores, trabajadores comprometidos con las transformaciones, así como, con la admiración y colaboración de una generación de la izquierda mundial. La combinación de sabiduría popular e innovación técnica llevarán al Presidente de un 36,6% de respaldo inicial, a un 44,2% poco antes de su derrocamiento. Cuando aún quedaba la mitad de su mandato, se vivía una explosión inédita de creatividad y energía popular, cuyos ecos persisten hasta hoy.
El liderazgo democrático y plural, su capacidad de escuchar, fue el sello del compañero presidente para beneficio de la efectividad y creatividad de su gobierno; hoy lo denominarían liderazgo horizontal efectivo. Sello muy bien encarnado por el equipo entre el primer ministro obrero de la construcción, Héctor Cortez, y el arquitecto Miguel Lawner, responsables de implementar el programa en el ámbito urbano y de vivienda.
Chile es en ese momento un país en pleno proceso de modernización y urbanización acelerada, con 8.8 millones de habitantes, un 75% viviendo en ciudades y sólo el 27% concentrados en la capital. Es decir, un territorio desconcentrado y más homogéneamente habitado, pero con bajos índices de desarrollo humano.
Poco antes se había creado el Ministerio de Vivienda y Urbanismo (1965), el primer Plan Metropolitano de Santiago, y diversos entes públicos para implementar políticas de vivienda social, pero la construcción estaba estancada por falta de suelo público y una incipiente industria.
Las redes de infraestructura no cubrían por igual a los sectores populares, acumulándose un déficit habitacional de 600 mil viviendas producto de migraciones campo-ciudad, que habían generado tomas de terrenos en las periferias urbanas. Con poblaciones emergiendo como callampas en el bosque después de las lluvias.
El programa de gobierno así lo reconocía con 5 medidas concretas, buscando enfrentar integralmente estos desafíos: “Llevar adelante la remodelación de ciudades y barrios, con el propósito de impedir la expulsión de los grupos modestos a la periferia, garantizando los intereses del habitante del sector remodelado, como del pequeño empresario que allí labore, asegurando al 10% de ocupantes en su ubicación futura”.
Para lograr sus objetivos, se impulsarán numerosos proyectos inmobiliarios para reubicar estos campamentos populares, se instalará un sistema de prefabricación industrial KPD que reimpulsó la incipiente producción industrial pública y privada, experiencia única en nuestra historia. Se despliega además, la operación sitio, para regularizar la tenencia de suelo y el acceso a la red de infraestructuras básicas como agua, luz y alcantarillado, pero esto fue solo el comienzo.
Se logró expandir grandes proyectos de remodelación para densificar los centros urbanos del país con la participación de los pobladores; Vamos para Arriba, fue la más innovadora de las iniciativas del gobierno socialista para incorporar a los sectores populares a las dinámicas de barrio verticales bien localizados, y densificar. Según el censo de 1970 los hogares que viven en departamentos eran apenas el 7%, hoy representan el 17,5 % en la capital. Al terminar 1972 el país había agotado los materiales de construcción disponibles y alcanzado un pick histórico en la construcción de viviendas, que solo sería retomado dos décadas más tarde por los gobiernos democráticos.
Hoy ese programa político sigue vigente, transformándose en una política pública de Estado, respuesta durante los gobiernos de coalición liderados por la presidenta socialista Michelle Bachelet. Sin embargo, nuestras ciudades son las más desiguales de la OCDE, encabezadas por Santiago. Esto debido a la intervención neoliberal de la dictadura que liberalizó la propiedad del suelo urbano, erradicó a pobladores hacia la periferia y subsidió la oferta generando una gran industria inmobiliaria especulativa.
El mundo entero enfrenta hoy desafíos similares, pero de distintas proporciones. Altos niveles de segregación socio-espacial, déficit de vivienda en las principales capitales del mundo -hay viviendas para turistas, pero no para residentes. Una agenda socialista de ciudades no puede eludir conflictos como fijar precios de arriendo, o establecer cuotas para controlar los fenómenos especulativos del capitalismo global, los efectos ambientales en las ciudades, las condiciones de vida de sus habitantes, la gobernanza de procesos especulativos y el aumento de la densidad urbana sustentable.
La pandemia del coronavirus amenazó la idea de la concentración y densidad de nuestras ciudades en el planeta, recordándonos que el consumo de suelo natural, así como el crecimiento ilimitado de ciudades-región alimentadas por el mercado de inversiones, son un peligro ambiental que pone en riesgo nuestra propia supervivencia. Un uso parsimonioso del suelo y los recursos naturales requiere gobernar, tanto las ciudades como el capitalismo global, lo que fueron en su época grandes desafíos para América Latina, y que Salvador Allende supo interpretar.
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