Banksy en Chile: ¿arte callejero domesticado?

Por Jorge Letelier

Fuente: CIPER 03/06/2022

Si el del artista británico «es de por sí arte efímero y democrático, que reniega del carácter ‘único e indivisible’ de la obra autoral, convirtiéndose en un bien de acceso público, reproducible y subversivo», según plantea esta columna para CIPER, entonces, ¿Cómo debe entenderse que su «homenaje» en Chile se componga de una muestra cerrada, precisamente en el mismo lugar cuyos muros hace poco sirvieron de lienzo para la expresión política del arte callejero?

Ocurrió en 2018. Durante la subasta de su obra Niña con globo en la casa Sotheby’s de Londres, y al momento de ser adjudicada por 1,2 millones de euros, Banksy procedió a destruirla con una trituradora oculta en el marco, ante los ojos espantados de la audiencia. El comprador se la llevó igual, en jirones, y la sorpresa vino horas después: el mercado del arte había reaccionado al hecho revalorizando la obra en más del doble del valor recién pagado. Al final, se vendió en casi 22 millones de euros.

Banksy, un artista muy crítico con la mercantilización del arte —creador de identidad civil y origen ocultos en un seudónimo—, quiso darle así un escarmiento al mundo de las subastas, los coleccionistas y los intermediadores millonarios. Y perdió estrepitosamente en el camino. O al menos, eso creímos. Los viejos intentos de las vanguardias artísticas por desacralizar el arte, cuestionar la originalidad de las obras, o despreciar los espacios museísticos tenían aquí un nuevo capítulo para su larga querella.

Pero más que distanciarse —o aprovecharse— del mercado del arte, Banksy ha sido revolucionario en cuestionar las nociones de autenticidad y autoría en el arte contemporáneo. Su estrategia ha sido aparecer —con sprays, stencils, serigrafías y otras técnicas— en cualquier muro de cualquier ciudad. Como un piloto kamikaze, sus obras están destinadas a atacar y desaparecer, a dejar una huella fugaz pero abierta a todo el público mientras puedan verse. El suyo es de por sí un arte efímero y democrático, que reniega del carácter «único e indivisible» de la obra autoral, convirtiéndose en un bien de acceso público, reproducible y subversivo, que se hace arte no en la creación, sino que en el acontecimiento que genera.

El trabajo de Banksy se ha legitimado desde esa condición efímera y dispuesta en lugares diversos, y también ha pervivido en internet y las redes sociales entre quienes las reproducen sin cesar, porque ahí está la obra y el mensaje, no en su materialidad como pieza original; la que —digámoslo— no existe, a menos que consideremos a una plantilla como «la obra». Entonces, ¿cómo podemos entender «The art of Banksy, without limits», la muestra que se exhibe en estos días en la Explanada de la Plaza Central del GAM?

Esta se presenta a sí misma como una muestra «no autorizada» por Banksy. No es la única,  ya que son varias las que recorren el mundo presentando la obra del autor sin su beneplácito. Pareciera que ese eslogan es el gesto definitivo de una legitimidad que apela a la ironía: ser rechazada por el autor que critica la mercantilización del arte y la idea de autoría. Pero recordemos la pieza mutilada de Sotheby’s: el mercado se apropia y saca réditos de lo que se opone al mercado. Por lo tanto, ser desautorizada por Banksy es el mejor márketing posible (como también sucede cuando se publica una «biografía no autorizada» de una determinada celebridad). Pero más allá de las estrategias, cínicas o no, hay una serie de preguntas que quedan dando vuelta de esta operación: si no hay un artista que pueda autorizar/desautorizar lo que se convoca con su nombre, ni tampoco hay obras originales (pues, en la citada muestra del GAM, la mayoría son reproducciones o copias hechas por artistas locales), ¿qué es lo que se exhibe, entonces?

Y si estas obras son técnicamente una reproducción que cualquier artista puede seguir copiando, ¿por qué están «aprisionadas» en una muestra cerrada y con seguros comprometidos?

Creo que más que la discusión en torno al tipo de espacio de exhibición —sí, hace ruido que sea una muestra cerrada con precios altos, pero el propio Banksy ha organizado muestras en museos—, el punto crucial es la autenticidad de lo que se intenta hacer pasar por Banksy. El director del GAM, Felipe Mella, habló en prensa de que la muestra constituía un «homenaje», asumiendo la imposibilidad de contar con los «originales» [ver nota en LUN, 27/5/2022]. En tanto, el curador de la muestra, el mexicano Guillermo Quintana, comentó: «yo no hago exhibiciones para TikTok ni para Instagram», pero es el propio artista quien, desde el estatuto mismo del street art, ha propugnado una idea colectiva y abierta que se opone a la individualización del arte, y se ha servido de las redes sociales para convertir sus intervenciones en sucesos globales de inocultable eficacia.

Reconozcamos que, como buen artista posmoderno, Banksy se nos ofrece como un modelo perfecto de contradicciones. Tiene una empresa, Pest Control Office, la cual se encarga de certificar si las muestras que se realizan a su nombre presentan o no piezas originales; pero a la vez ha perdido juicios por derechos de autor al no poder comprobarse su identidad. La mercantilización de sus obras es algo que sí parece importarle, aunque sea para desestabilizarla o para reafirmar, en la oposición, su carácter de inevitable.

Acaso el tema que probablemente hace más ruido en «The art of Banksy», sea lo que el Centro GAM entiende como arte callejero o arte público. Luego del estallido social, en 2019, los muros hacia la calle de su edificio se convirtieron en el telón de una ardua batalla de imágenes, donde muchos artistas callejeros plasmaron su sentir del momento en una obra abierta e inacabada; un lienzo en el que cualquiera podía completar o rehacer una obra, en un sentido colaboracionista y democrático casi perfecto para el concepto mismo de arte popular. El espíritu original de Banksy estaba ahí, en esos muros, en esos stencils y sprays que se abarrotaban hablando de Chile en una anárquica sinfonía que tenía comienzo, pero de la que no conocíamos su conclusión. ¿Cómo se explica que el principal centro cultural del país, aquél con la más alta asignación directa de recursos, esté ahora dispuesto a domesticar ese arte callejero en una muestra de costo prohibitivo para tantos bolsillos?

Es por ello que considero que el problema esencial de la muestra es su sentido curatorial. Al ser Banksy un autor con una obra tan conectada con los contextos políticos, del arte y la economía, su muestra en curso en Santiago no conversa con el actual contexto político del país, poco después de que los espacios públicos fueran «tomados» por el arte urbano en un fenómeno anónimo, colectivo y profundamente antiautoral. Está ahí, paradojalmente, la mayor distorsión de lo que entendemos como arte callejero o arte público.  

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