Mis vecinas y vecinos haitianos
Por Yasna Contreras y Beatriz Seguel
Fuente: El Mostrador 29/04/2020
Frustración y dolor, son los primeros sentimientos que afloran al ver cómo los medios de comunicación se han posado en el lugar en que familias haitianas han sido desterritorializadas en Quilicura. Una situación que hemos visto replicada en otros lugares de Chile, tanto ciudades como en zonas rurales, donde el abuso es menos visibilizado. No pretendemos hablar por toda la comunidad haitiana, más bien transmitir la experiencia que hemos recibidos de sus voces en las diversas entrevistas que hemos realizado.
El despojo y racismo hacia familias haitianas residentes -hasta esta semana- de la Población Parinacota en Quilicura, llama a reflexionar sobre la ausencia en la discusión pública e interna del racismo y la discriminación: las condiciones de habitabilidad y los responsables de la usura y mercantilización de antiguos conventillos o cités -como puerta azul en Quilicura- visibiliza lo peor de nuestra sociedad.
En nuestro país, habitan aproximadamente 65 mil personas de origen haitiano, quienes se asientan mayoritariamente en la ciudad de Santiago (Mapa 1), y más específicamente, en las comunas de Quilicura, Estación Central, Santiago, San Bernardo o Pedro Aguirre Cerda. En algunas de estas comunas se han desarrollado programas para migrantes, buscando orientarlos y apoyarlos. Sin embargo, los recursos y las capacidades de los gobiernos locales son escasos cuando no tenemos política migratoria, o bien, cuando se diseña una que no contempla el acceso a la vivienda como un derecho humano básico.
Figura. Mapa de distribución de haitianos.
Muchas familias viven de acuerdo a sus ingresos, sus posibilidades, deseos y aún más, si vienes de afuera y eres tratado como alguien distinto, debes recurrir a redes de amigos, conocidos u otros que faciliten insertarse en un barrio, pero también, tener acceso al trabajo. Las opciones de muchas familias inmigrantes las lleva a vivir por mucho tiempo a sacrificar su comodidad por el hacinamiento en piezas subarrendadas; casas compartidas; arriendo de piezas en departamentos, haciendo un pago promedio cercano 125 mil pesos mensuales en promedio con ínfimos derechos.
Al acceder a una pieza o una pequeña bodega, las familias inmigrantes tienen derecho a poco: agua restringida; de pozo, que en algunos casos se desconoce su origen; restricciones en el uso del baño; baño compartido; cocina compartida, en fin, una serie de restricciones que no van de la mano de ningún derecho que asegure habitar dignamente. También existen restricciones impuestas por los dueños o administradores de la vivienda, donde incluso, no pueden cocinar o deben turnarse dado los reducidos espacios donde habitan.
Detrás de entrevistas que hemos realizado en Santiago, Independencia, Quilicura, Iquique, Alto Hospicio, Antofagasta y, en menores casos, Calama, el patrón de habitabilidad es el mismo: vivir hacinados y vivir controlados. En muchas residencias existen cámaras de seguridad en las entradas o pasillos que paradójicamente, vigilan el comportamiento interior, más que la propia seguridad exterior. Instaladas por quienes están infringiendo la ley: los arrendadores, los propietarios, aquellos que lucran y no aseguran ningún derecho.
Grandes esfuerzos se han realizado por sortear esta situación en Quilicura y Recoleta. No obstante, faltan respuestas políticas profundas, cuyo centro sean las formas de habitar, la densidad de ocupación, la regulación de los precios de arriendo, el control del subarriendo y el aseguramiento de un habitar digno que no ponga en riesgo a nadie y que no atente contra los derechos humanos. Lo que nos produce miedo en esto, es que cualquier regulación en un país tan racista, implicará aumentar el valor del arriendo, dejando a un sinnúmero de familias con nulas posibilidades de habitar, en lugares bien conectados y accesibles. El debate constituyente aún sigue en deuda al respecto y los esfuerzos políticos son escasos, salvo excepciones.
La siguiente imagen muestra el interior de una vivienda en el centro de Iquique, incluso, podría ser cualquier sitio del centro o pericentro de una ciudad chilena. Ahí viven también familias haitianas, bolivianas, de diferentes orígenes. El patrón común es el hacinamiento; los materiales precarios; las divisiones que potencian no solo el riesgo mental, psicológico, sino también, el físico, el corpóreo, el riesgo al incendio. El otro patrón común es no alzar la voz, porque ello te convierte en sujeto sin derecho, con potencial desalojo o con riesgo de ser acusado por algo que no se hizo.
Nadie ha cuestionado cuánto lucro y especulación cometen quiénes están arrendando sin ofrecer dignidad ni seguridad a ningún residente. A nadie le duele la cantidad de incendios en viviendas hacinadas, con inadecuadas conexiones de electricidad, complejos estado de cañerías de gas y agua insalubre y escasa. Ninguna persona desea vivir así. Lo visto en Quilicura es una expresión aguda de un racismo sesgado, ignorante e incrustado en un Chile que se atribuye la condición de país desarrollado atractor de migración.
El malestar racista declarado por la comunidad colindante en la población Parinacota – lugar que ya posee un estigma social a escala urbana- tenía un factor común: ellos responsabilizan directamente a las familias haitianas de vivir voluntariamente bajo estas paupérrimas condiciones, siendo el desalojo una única solución, sin pensar en cómo los migrantes retomarán su vida post pandemia ¿Volverán a vivir en el mismo lugar? ¿Por qué no se ha sancionado al dueño de este cité improvisado? ¿El Estado o algunos grupos religiosos construirán un barrio transitorio que lo único seguro es la incerteza?
Llegando a Chile desde Haití: Escapando del caos y la violencia
Las trayectorias geográficas de inmigrantes haitianos muestran experiencias que vinculan sus espacios de origen y llegada. Así, las entrevistas que hemos realizado a la población haitiana que ha llegado a Chile han testimoniado el escape del caos, la injusticia, inseguridad social y la violencia. Sin embargo, muchos chilenos y chilenas aún creen que nuestro país es un lugar de sueños, un territorio de oportunidades donde la vida progresa. ¿Cuán desorientados estamos? ¿Qué puede prometer este Chile aparentemente fructífero y productivo de riqueza distribuida desigualmente?
La Figura 2 muestra la trayectoria de un hombre haitiano que cruzó hacia Santo Domingo, República Dominicana. Un hombre que estudió, se educó, pero que fue racializado y discriminado en el país vecino, el territorio más próximo. Diferentes causas explican su llegada a Chile y Antofagasta. En todos sus cambios después de salir de Haití vivió en pieza arrendada y al igual que muchos de sus compatriotas es maltratado por no querer vivir hacinado en la ciudad de Antofagasta, una rica ciudad minera, pero que agudiza la desigualdad hacia el oriente y en algunas partes del centro. Por tanto, Parinacota(s) hay en todas partes de este país.
Muchas y muchos ignoran que las familias haitianas están abandonadas en su país. Algunas vieron en la vecina República Dominicana un primer territorio donde vivir, donde crecer y donde dignificar su vida. Sin embargo, conflictos históricos entre ambas naciones hacen que la migración haitiana sea racializada y violentada por los mismos sesgos que nos dominan aquí: “el negro o la negra pobre, delincuentes, ignorantes, ruidosos y que no saben vivir”.
Este ejemplo lo palpamos en las ciudades fronterizas de Dajabón/Ouanaminthe al norte de República Dominicana. Este cruce es un deslinde poroso articulado por la presencia de un mercado bi-nacional, ubicado en territorio dominicano y que funciona ciertos días a la semana. La apertura de la frontera y el mercado impulsa el tránsito acelerado y desesperado de mujeres y hombres quienes pueden acceder sólo cuando el gobierno dominicano lo permite. Un sitio en que se el control policial, político y económico reprime cualquier intento de simbiosis social de un territorio.
Otro grupo de población vio a los Estados Unidos como territorio de progreso. Los testimonios señalan que el sueño americano finalizaba al llegar a la frontera de Tijuana / San Diego, donde se encontraron con muros, policías e instituciones. El resultado: deportados y rebotados hacia Tijuana, espacio donde la socióloga Laura Velasco ha observado la fuerte paradoja de una ciudad diversamente étnica pero que hoy, rechaza a la inmigración haitiana por considerarles un grupo inferior. Lo anterior llevó a Velasco a referir a la “Crisis Hospitalaria”, una crisis anclada en Chile, en la frontera Estado Nación, y en las fronteras interiores que las mismas chilenas y chilenos vamos construyendo.
Para algunas familias haitianas, Chile emerge como un territorio casual. No se buscaba habitar aquí. Resultó el aquí. Para otros, era el país donde vivía un amigo, un conocido o bien, un familiar. En el trayecto, algunos/as fueron violentados, maltratados y racializados. Algunos/as tuvieron que entregar todo el dinero que traían. Cada cruce fue una negociación, escasamente conocida por nosotros, los supuestamente superiores. La historia de la inmigración haitiana no es exclusiva a ellas/ellos, es parte de relatos de diferentes entrevistados inmigrantes racializados en nuestro país.
Evidenciamos una falta de empatía al referir a la migración. Muchos no logran dimensionar sus implicancias territoriales e identitarias. Por eso, volviendo a la situación de la población Parinacota, ¿Cuántos vecinos de Quilicura y de Chile se preguntarán cómo se vive en 10 m2? ¿Sabrán del miedo producido por el hacinamiento y la probabilidad que violen a sus hijas/hijos? ¿Sabrán las dificultades de pagar un arriendo costoso cuando no se tiene trabajo, y por mientras la familia envía dinero desde o hacia Haití? Sería sensato que las personas que gritan sobre los haitianos y el contagio de COVID 19 supieran algo de la historia colonialista que pesa sobre Haití, pues estas lógicas desiguales, aún dominan las formas de vivir en un Chile mentalmente subdesarrollado. Dada la poca probabilidad que esto ocurra, llamamos sencillamente a la empatía y la búsqueda de dignidad que todos merecemos como seres humanos, especialmente en un contexto de pandemia, donde el derecho a la vivienda digna compone el término más nombrado, pero escasamente discutido.