Bonilla: el desarrollo frustrado de la ciudad más rica de Chile
Por Timeline Antofagasta
Fuente: Timeline Antofagasta 18/10/2021
La capital regional está entre las de mayor ingreso en el país, sin embargo tal éxito no se expresa en la calidad de vida que ofrece a sus habitantes. La Región de Antofagasta tiene un PIB per cápita 2020 de US$ 39.434, similar a Finlandia y superior a España o Francia; indicadores que llevan a una expectativa inmensa, pero insatisfecha. Una de las tantas paradojas es la siguiente: el Gobierno Regional tiene un presupuesto anual de US$ 100 millones, mientras se exportan US$ 22 mil, es decir, 220 veces más. La riqueza se aprecia, pero se queda en márgenes menores en el territorio que la produce, un aspecto que no ha sido abordado a dos años del estallido social del 18 de octubre.
El ruido acompaña cualquier espacio del sector Óscar Bonilla de Antofagasta. Es el boche de autos tuneados con escapes libres y a alta velocidad, otros con enormes parlantes ofreciendo cumbias y reguetones al por mayor, en lo que parece una competencia con las canciones que viajan desde alguna de las muchas casas que emergen desde los atiborrados pasajes.
Todos quieren marcar territorio -“este soy yo”- y la música parece ser una forma simple de clavar banderas propias.
Es el sitio habitado por Héctor, joven activo en la denominada primera línea, sitio desde el que asumió una identidad de la que carecía y comenzó a torcer un destino que perfectamente pudo hacerlo terminar como vendedor de drogas, peoneta, preso en el Nudo Uribe o muerto en alguna reyerta como tantos de sus amigos.
El lado norte alto de Antofagasta tomó el nombre del general de Ejército Óscar Bonilla Bradanovic, ministro del Interior y de Defensa, muerto el 3 de marzo de 1975 en extrañísimas circunstancias, tras enfrentarse a Manuel Contreras y Augusto Pinochet, jefe del régimen. Sus orígenes están en esa década, con una cuota importante de pampinos asentados tras el ocaso del salitre.
Más cerca del cerro que del mar, pegado a éste, se trata de uno de los sectores más populosos de la capital regional y uno de los más abandonados desde todo punto de vista. En una sola cuadra, en menos de 100 metros, pueden encontrarse 20 hogares, por lo que el hacinamiento es palpable, lo mismo que la falta de áreas verdes y servicios.
No se exagera afirmando que se trata de un sitio hostil, carente de belleza, que nada tiene que ver con las postales más tradicionales de la Perla.
Si Jardines del Sur es Dubai, capital de los Emiratos; Bonilla es Addis Abeba, la capital etíope.
El panorama
Claudia Peralta Abarca (43) se casó en el sur de Chile, pero regresó a Antofagasta en 2008, arrendando primero una pieza por 90 mil pesos en el sector de la plaza donde está bomberos, pero las peleas masivas a cuchillo, los balazos y los “fumones”, la terminaron ahuyentando. Se cambió entonces un poco más arriba al sector de Las Parinas, donde primero arrendó y luego compró una vivienda donde crecieron sus cuatro hijos de 26, 20, 15 y 12 años.
Ella dice que es un lugar harto más tranquilo, pese a la cercanía con calle Río Maule, tristemente famosa como una de las arterias más peligrosas de la ciudad. Las Parinas es efectivamente más apacible, pero reproduce los problemas generales de Bonilla, donde conviven familias de ingresos bajos y medios.
Los problemas se solucionan entre todos, incluyendo el pago de funerales: Claudia apunta que cuando una familia de escasos recursos no tiene para solucionar ese costo, los vecinos terminan aportando dineros que son entregados a los deudos.
El nivel de organización parece efectivamente alto. Hay delegados por cuadra que responden a la presidencia de la junta vecinal y Bonilla suma 16.
Avenida Bonilla es la columna vertebral del territorio. Ésta nace en Isabel Riquelme, por el sur y desemboca en Huamachuco, por el norte. Pero las dificultades se concentran entre Nicolás Tirado y Arturo Pérez Canto.
Si se contaran unas 11 cuadras desde la Plaza Bicentenario al norte, nos encontraríamos con el siguiente panorama repartido alrededor: la Subcomisaría Norte (la misma atacada decenas de veces), el Liceo Politécnico Los Arenales, la Escuela Elmo Fúnez, el Colegio Don Bosco, entre otros y hacia el cerro, el macro campamento Los Arenales, donde habitan unas 1.700 familias -unas siete mil personas- repartidas en nueve campamentos menores, como Unión del Norte y Rayito de Sol.
La fotografía se completa con una locomoción colectiva intensa, pero altamente ineficiente (un viaje al centro puede demorar una hora), muchas botillerías y pequeños comercios, ollas comunes funcionando los fines de semana y una preocupante venta de todo tipo de drogas. Famoso es el sector dominado por “Los Lulas”, una agrupación que logró fama por sus actos delictuales y su desparpajo para exhibirse con armamento y dinero en efectivo. Varios de sus integrantes murieron o terminaron en la cárcel, incluso fueron los primeros acusados por lavado de dinero en la región.
Son escasos los niños que se observan jugando en las calles. En realidad es casi imposible pues las calles más importantes como Arturo Pérez Canto, Ignacio Carrera Pinto, Juan Bolívar o Sargento Manuel Silva, tienen alto tránsito, mientras los pasajes menores están repletos de autos estacionados, ya que casi ninguna vivienda fue dispuesta para que sus moradores contara con un coche.
Y los precios son altos. Un vecino tiene en venta su propiedad y espera llegar a los 100 millones por un estrecho inmueble de dos pisos de concreto, que perfectamente podrían ser tres.
Restaurantes, boliches de todo tipo en una deficiente iluminación cierran un panorama que agobia por el citado estrés habitacional. Pocas casas tienen patio y quizás por ello, fue uno de los sitios más afectados por la pandemia. Los mapas con información georreferenciada de casos notificados, con PCR (+) de diciembre de 2020 elaborados por la Seremi de Salud ubicaban al sector como uno de los más castigados por el coronavirus en la capital regional.
Otro ejemplo de las tantas dificultades enfrentadas por los vecinos.
La droga
Banesa Fuentes (28) vive en calle Clodomiro Rozas y recuerda con algo de nostalgia la tranquilidad de su infancia, cuando el sector era un límite de Antofagasta y no existían los problemas de inseguridad y drogas, el flagelo que más la asusta y complica, aunque también se reconozca que ya no viven los peores años.
Otra vecina dice despacio: “Bueno, muchos narcos se han muerto, porque los han matado otros vendedores o porque ya están encarcelados”.
El joven Héctor reconoce que para vivir en la Bonilla hay que ser “choro y vivo”, los lentos, los que no “espabilan” pasan rápidamente a ser sometidos por los más astutos y osados. Los códigos son definitivamente otros y así lo enfatiza el exmiembro de la denominada “primera línea” del estallido en el sector.
Él nació y ha vivido toda su vida allí. Ha consumido drogas, protagonizó “mexicanas”, es decir, quitadas de estupefacientes, ha visto secuestros de familiares de vendedores a fin de que ellos paguen con mercancía o efectivo a los asaltantes, asesinatos a balazos y con arma blanca, heridos al por mayor, represión policial, todo en algo menos de tres décadas.
Por eso, ante la consulta, no duda en sostener que el principal problema de Bonilla es el tráfico. Hay venta en demasiados lugares, desde cocaína hasta marihuana, pasando por pasta base que puede conseguirse desde los 500 pesos.
Héctor dejó el colegio a los 16 años siendo un alumno correcto y fue porque se dio cuenta que quería tener dinero, para comprarse zapatillas, un celular, invitar a sus amigos a los restaurantes del sector sur, en resumen, para ostentar un consumo que a la familia le era completa e históricamente esquivo.
En particular recuerda el momento en que conoció una escuela del sector sur de la ciudad, a la que llegó jugando ajedrez. Allí se dio cuenta que el éxito no parecía estar de la mano con el juego ciencia, sino con las apariencias determinadas por la ropa y una estética ligada al dinero, algo tan visible en la TV y las redes sociales.
Miguel, otro joven, reconoce que iba aún más lejos: si quería unas zapatillas o un nuevo teléfono móvil, simplemente lo robaba. Era la ley del más fuerte en un sector peligroso y muy estigmatizado.
Los jóvenes se dan cuenta que la apariencia con algunos productos les da un valor enorme, por ejemplo con las zapatillas, en las que pueden gastar medio sueldo mínimo, cuando se trata de un modelo de alta gama como las Nike Jordan 4 G. Pero hay que entender que se trata -el consumo- de uno de los pocos espacios de libertad personal que parecen al alcance de muchachos que tienen escasas chances de otros desarrollos.
La otra opción es “lanzarse” o “andar lanzado”, es decir, drogado por las calles, aunque haya consciencia de que casi siempre estas historias concluyen de la peor manera. Todos conocen a alguien preso o muerto por estar vinculado a estos ilícitos y nadie quiere aquello, todos quieren la oportunidad para salir adelante.
Eduardo Vega, capitán y subcomisario de la Subcomisaría Norte, curiosamente de la misma edad de Héctor, fue destinado en enero pasado como líder de la unidad en pleno corazón de Bonilla. Son 71 uniformados que han hecho noticia a propósito de los ataques sufridos en el marco del estallido social y también de críticas por la violencia que ejercieron en las protestas.
La jurisdicción a cargo considera desde las calles Arturo Pérez Canto, Héroes de la Concepción y Sargento Manuel Silva, más el macro campamento de Los Arenales.
Vega apunta que los delitos y faltas más comunes son los de violencia intrafamiliar en los que la mayoría de las veces está presente el consumo de alcohol. Le sigue el robo en lugar habitado, pero el primero es el más preocupante, teniendo presente además que el problema se agudizó con el encierro y la pandemia.
Desarrollo frustrado
El abandono de Bonilla es el abandono del Estado en el territorio y en tantos ámbitos sociales como las pensiones, el empleo o la educación: Es efectivo que las condiciones materiales son mejores, de hecho muchas familias son propietarias, tienen internet, televisión por cable, automóvil, viajan en vacaciones, pero las condiciones del conjunto son paupérrimas y explican el desorden y el desborde.
Pero bien puede decirse que este es también el reflejo de lo que se entiende por el éxito antofagastino tan poco analizado.
Datos de 2020 del Banco Central daban cuenta que la Región tiene el PIB per cápita más alto de Chile, por US$ 39.434, es decir, la resultante de la división entre todo lo producido en la zona por el número de personas (600 mil aproximadamente). Se trata de indicadores similares a Finlandia o Bélgica y superiores a Italia (US$ 27.780); España (US$23.690); Francia (US$ 33.960); o Portugal que llega a los US$ 19.660.
Es la paradoja local: exportaciones multimillonarias por poco más de US$ 22.100 millones en 2020 (INE 2021), fundamentalmente cobre dirigido a China, pero una calidad de vida que no explica en absoluto ese logro. Antofagasta no está entre las mejores ciudades para vivir, sino que solo es apreciado como un territorio algo inhóspito, bueno para trabajar y ganar buen dinero.
La capital regional está 15 en el Indicador de Calidad de Vida Urbana, realizado por la Universidad Católica y la Cámara Chilena de la Construcción (2020). Una clave la entrega el propio estudio: las comunas con indicador alto tienen una inversión anual, en promedio, de $357.700 por habitante, mientras que las zonas con un estándar bajo destinan $145.500 por persona. Y en esta ciudad el desarrollo parece estar casi exclusivamente vinculado al salario y no tanto a la inversión pública que es la que puede ordenar la sociedad.
¿En qué se traduce esto? Las áreas verdes están en torno a los tres metros cuadrados por persona (la recomendación OMS es de nueve), lo que en la práctica es la falta de parques y plazas, en todos lados, pero especialmente en el sector norte alto.
Con estos indicadores, Antofagasta debiera ser el ejemplo para Chile y no lo es. Aquella es la grieta que puede explicar parte del problema y la amenaza que significa no resolver el asunto.
¿Este es el desarrollo que queremos? Difícil establecer a Antofagasta como meta a seguir.
La suma de éxitos individuales no son suficientes para mejorar un territorio que poco tiene que ver con los logros chilenos de los últimos treinta años, abandono que es mucho más notorio en Bonilla, precisó Cristian Rodríguez, director del Instituto de Políticas Públicas de la Universidad Católica del Norte, para quien este territorio sufre años de abandono de parte del Estado y es lo que explica gran parte de lo observado desde octubre de 2019.
“Allí los beneficios simplemente no han llegado, lo que se agudiza por la incapacidad de los vecinos por canalizar sus demandas. Por esta razón tuvimos de protagonistas a los jóvenes que son uno de los segmentos más golpeados por el desempleo y las oportunidades laborales a las que pueden acceder considerando el tipo de educación que consiguieron”, detalló.
Otra cosa curiosa es que en el discurso de sus propios habitantes no existe esa consciencia de estar frente a un problema. Cuando mucho se repiten las citadas quejas contra los vendedores de droga y otros mensajes de corte nacional, como las críticas contra las AFP o las colusiones, pero que son las mismas que pueden escucharse en Iquique, Santiago o Temuco.
La autopercepción de las difíciles condiciones en que ellos viven en particular, son inexistentes; ni siquiera se vinculan cuando hablamos de un sector que ha hecho noticia nacional con las movilizaciones y la violencia desde el 18 de octubre.
Un hito fue el 12 de noviembre de 2019 cuando una turba atacó e incendió la oficina del Registro Civil, ubicada en la esquina norte de la Plaza Bicentenario, restos que siguen allí como mudo testigo de todo lo vivido.
Quizás lo más grave es lo que ha sufrido la Subcomisaría Norte ubicada a pocos metros y que registra un centenar de ataques desde entonces.
Las dos caras de Antofagasta emergen de su relato, una ciudad que, como se explicó, en los números está cercana al Primer Mundo, pero que en el área chica, muestra un contraste que nos recuerda el Chile de los años 70 o espacios de un país tercermundista.
Todos los jóvenes tienen ganas, talento, pero las oportunidades y modelos a seguir son escasos, lo mismo que los estímulos.
Angustia existencial
El sociólogo Farhad Khosrokavar, uno de los mejores analistas del “martirio islámico” entrevistó a cientos de jóvenes franceses radicalizados y encarcelados y lo que encontró fue una narrativa sistemática sobre el “vacío de su vida en las sociedades consumistas de Occidente”, es decir, “pura angustia existencial”.
Jóvenes entrevistados para esta nota, y otras anteriores, que participaron activamente en la denominada “Primera línea” y en las protestas, entregaron respuestas muy similares. El estallido les dio un sentido, un relato del que carecían y por ello tomaron con convicción el concepto de ser los legítimos depositarios de las demandas. Parecen haber logrado una reflexión de su propia realidad que ni siquiera habían rozado.
Estableciendo las correspondientes distancias, el fenómeno, con todas sus acciones, los puso por primera vez en el centro del debate, incluso a nivel nacional.
Por ello, no es tan curioso que buena parte de los detenidos del 18 de octubre tuviera un empleo y perspectivas, es decir, abrazara el sueño existencial, pero terminaran abrazando una movilización que les dio un significado más poderoso que aquel al que podían acceder con el puro consumo; un relato fuerte del cual carecen los inexistentes partidos en el territorio, las congregaciones religiosas o cualquier institución que antes tuvo poder para imponer algún borde en la vida de la gente.
Es la modernidad del dinero y la ausencia de sentido y propósito.
Hace algunas semanas, Bonilla recibió la visita del alcalde Jonathan Velásquez, quien volvió a iluminar la Plaza de Bicentenario, la más grande del país y una de las pocas con rejas y se comprometió, según vecinos, a sacar los fierros que rodean el espacio de casi 40 mil metros cuadrados e inaugurada en 2006.
Es fin de semana y los niños juegan tranquilos, cosa que habían dejado de hacer por el estallido y la pandemia.
Héctor comenta: No quiero que mi hija viva el miedo que yo viví; quizás me tenga que ir de acá, aunque no quiera, pero no puedo exponerla a lo que a mí me tocó.
Si él se va, será uno de los pocos. La mayoría deberá seguir habitando en el sector aunque no lo quieran. Para ellos, la única salida es que se haga algo por Bonilla y sus 50 mil habitantes, cuando ya han pasado 24 meses del estallido social que sacudió toda la institucionalidad del país.