Las construcciones antisísmicas: Cómo estamos parados
Después del terremoto en Perú, todas las miradas se han centrado en las edificaciones nacionales. Al ser Chile un país sísmico, los expertos coinciden en que tarde o temprano vamos a sufrir un episodio parecido. La pregunta es ¿estamos bien preparados?
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Más de 300 millones de dólares al año. Mínimo. Eso es lo que perdió Chile durante el siglo XX a causa de los terremotos. Las cifras más pesimistas llegan a los 1.800 millones de dólares. Somos un país sísmico. Y de los bien sísmicos: en menos de 100 años, las construcciones nacionales han soportado 16 terremotos destructivos.
Por lo mismo, el sismo que afectó a Perú no dejó a nadie indiferente. En todo caso, los expertos coinciden en que escenas como las que se vieron por televisión, con pueblos totalmente destrozados y sin casa que quedara en pie, no van a repetirse en suelo nacional.
Con normas de diseño sísmico y de materiales, una ley de revisión de cálculo estructural, la Ordenanza General de Urbanismo y Construcción (OGUC) y varias inspecciones técnicas detrás, una edificación no debiera colapsar frente a un sismo. “Es más seguro pasar un terremoto dentro de un edificio que en el exterior, porque es difícil que colapsen los muros pero pueden caer los elementos de la fachada”, aconseja Holmberg.
Pero hay obras y obras. Las edificaciones de más de 3 pisos o de uso público son las más seguras. ¿Por qué? Desde 2003, es obligatoria la revisión del proyecto de cálculo estructural por una persona independiente del mandante, del propietario y del proyectista. Este análisis debe hacerse antes de que se ejecute la obra, ya que una vez construida, cualquier corrección es titánica.
A lo largo de Chile, hay 73 revisores bajo el alero del Instituto de la Construcción. Ellos deben renovar su acreditación cada seis años y están divididos en tres categorías dependiendo de sus años de circo y el tamaño de cada obra. Uno de ellos es Marcial Baeza, también presidente de la Asociación Chilena de Sismología e Ingeniería Antisísmica (Achisina).
A pesar de que llevan cuatro años trabajando, aún no hay registro de la influencia que han tenido estos actores. Por ejemplo, no se sabe la cantidad de proyectos que han sido rechazados o modificados por los revisores, ya que se establece una relación directa entre la inmobiliaria y el revisor. Sin embargo, para Baeza los avances en la calidad se han notado. “Hemos intercambiado opiniones entre los revisores y en un porcentaje importante de las obras ha habido correcciones serias”, asegura.
Esas correcciones serias pueden ir desde componentes mal dimensionados, análisis mal hechos, mala distribución de los elementos resistentes o, incluso, deformación de los mismos. Con alguno de esos problemas, la obra puede colapsar con un pequeño remezón, o incluso menos.
Por lo mismo, el tema de la calidad preocupa a los expertos. Para Juan Carlos de la Llera, ingeniero civil experto en modelamiento estructural, dinámica estructural y sistemas de reducción de vibraciones de la Universidad Católica, es necesario complementar el sistema de revisores con uno de acreditación. Es decir, que los ingenieros que se dediquen a proyectar obras acrediten cada 5 años su capacidad en el tema. “Es incómodo, pero estás jugando con la vida de las personas”, asegura.
Las dos nuevas joyitas antisísmicas
Desde 1985, año del último gran terremoto en la zona central, mucho agua ha corrido bajo el puente. Los sistemas, diseños y materiales en la construcción han variado muchísimo en un lapso muy corto. Para Augusto Holmberg esto representa un desafío que antes no existía: “Históricamente venían los cataclismos naturales y depuraban la construcción de aquellas cosas que no servían, y la costumbre era seguir construyendo las cosas que funcionaban (…) pero la innovación es cada día más rápida y ya no podemos esperar a que vengan las catástrofes”.
Frente a este problema hay dos soluciones: la validación teórica y ver experiencias en el extranjero. “Hay que demostrar que las cosas nuevas funcionan porque el costo de que no lo hagan es tremendamente alto, y tú no te das cuenta hasta que viene un terremoto y las estructuras colapsan”, señala el gerente general del ICH. En definitiva, hay que innovar responsablemente.
Un buen ejemplo de ello son las tecnologías de aislamiento antisísmico y de disipación de la energía. Su validación teórica es producto de años de estudio en varias universidades de primer nivel, incluida la Universidad Católica en Chile. Hace 10 años, poco se conocía de ellas en el mundo, y hoy es común verlas aplicadas en países sísmicos como EE.UU., Japón, Nueva Zalanda, Italia y Armenia.
En Chile están lejos de masificarse, pero ya hay construcciones en las que están presentes. Por ejemplo, el hospital militar y el centro médico de San Carlos de Apoquindo de la UC cuentan con aislamiento antisísmico. Mientras que al edificio Titanium, en Nueva Costanera, ya se le está aplicando la tecnología de disipación de energía.
Estas nuevas tecnologías implican un cambio de switch en la forma de entender la ingeniería estructural. Hasta ahora, las obras resisten los terremotos ya que liberan esa energía por medio del daño. Es decir, las edificaciones no colapsan ante un sismo, pero sí se deterioran significativamente. “Es igual que si tú chocas un auto. Tiene que haber daño en la estructura para absorber la energía del choque”, explica Juan Carlos de la Llera.
Tanto el aislamiento antisísmico como la disipación de la energía cambian el foco de la ingeniería antisísmica. Ahora, no hay que intervenir en la estructura, sino en el terremoto. Así, no sólo la estructura no colapsa, sino que el interior ni siquiera se mueve. No se caen los estantes, los computadores siguen en su sitio y la loza no se rompe ¿Cómo? Vamos por parte.
El aislamiento antisísmico trabaja en base a una especie de alfajor gigante que actúa como aislador. Se colocan los dispositivos en la base del edificio, los que son muy flexibles en su movimiento horizontal. Así, cuando se mueve el suelo, el alfajor ‘patina’. Sólo se mueve la tapa inferior, no la superior (ver imagen). Este sistema es ideal para edificios de hasta 15 pisos y obras masivas, como hospitales y centros de estudios.
La disipación de energía está destinada a obras de mayor envergadura, como el edificio Titanium, por ejemplo. Acá se utiliza una especie de amortiguador que, tal como un auto, hace que se disipe la energía. Con el impacto se dañan pero se pueden cambiar varias veces.
Para Marcial Baeza, presidente de Achisina, este es el futuro de la ingeniería antisísmica, ya que el gran objetivo de esta disciplina no es que las edificaciones no colapsen, sino que no haya ningún tipo de daño. Así, quién sabe, en un par de años más, estas obras serán tan comunes que no nos daremos cuenta de que está temblando y sólo sabremos que estuvimos en un terremoto por las noticias.
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