Fernando Lasalvia vivió en una pieza con la caja de alimentos del gobierno y 65 mil pesos: “En lo cotidiano uno descubre los grandes problemas”
Por Guido Macari Marimón
Fuente: La Tercera 10/12/2020
Filmado en la etapa más dura de la crisis sanitaria, el documental Distancia Social relata cómo el periodista vivió durante un mes en una pieza ubicada en la Villa Portales de Estación Central, solo con la caja de alimentos y el ingreso familiar de emergencia. La película —disponible en la plataforma del Cine Arte Alameda— también examina las contradicciones de las autoridades durante la pandemia. “Hay un pueblo que es mucho más informado de lo que dice la TV”, dice.
Sus pretensiones no son obtener galardones en festivales. El periodista y realizador audiovisual, Fernando Lasalvia, solo espera que —ojalá— su documental Distancia Social (2020) sea visto tanto dentro como fuera de Chile, “para que se muestre una postal que no es la que se vende con Sanhattan y la Isla de Pascua”, dice en entrevista con Culto.
Vive en el Barrio Yungay, en Santiago Centro, y durante los primeros meses de la pandemia, veía a mucha gente salir a la calle: profesionales, personal de la salud, gente encargada de la recolección, personas limpiando los parques, bomberos… pero “sentía que el periodismo estaba encerrado”, asegura. Además, cuando se informaba por televisión, quedaba con la sensación de que lo que se mostraba entraba en contradicción con lo que él percibía las pocas veces que salía de su casa.
“Nuestra forma de informarnos es la televisión, que finalmente es una réplica del discurso del Estado, que te decía que todo el mundo era porfiado, que las cajas estaban llegando, que las micros estaban siendo sanitizadas”. Lasalvia piensa que esa era una situación peligrosa: “Es una mezcla perfecta en que, si te decían que hay una nave extraterrestre a tres cuadras de tu casa y, si estás encerrado y también te lo dicen en la tele, al final te lo crees”. Él sentía que, repetidas veces, se reproducía un discurso abusivo que se centraba en individualizar los problemas de la población, convirtiéndola en culpable de sus dificultades.
Esa situación lo llevó a grabar un documental inspirado en el periodismo gonzo, un género en que el realizador se sumerge en la historia como un personaje central y se convierte en partícipe de las vivencias que narra. En mayo partió, incipiente, grabando con su celular a la gente que se encontraba cuando compraba en la feria.
Después tomó la cámara.
En Distancia Social —disponible en centroartealameda.tv— el realizador busca explorar tres aristas sobre el manejo del gobierno durante la crisis sanitaria. Primero, “qué me pasaba a mí”, dice. “Quería reflejar qué le pasaba a mucha gente”; para ello arrendó de junio a julio una pieza en Villa Portales, Estación Central, donde solo vivió en base a los alimentos que entregó el Estado durante la pandemia y con los 65 mil pesos del ingreso familiar de emergencia, dinero que solo usaría cuando supiera de diez personas que hubieran recibido el beneficio alimentario.
Segundo, el realizador quería escuchar las posturas de distintos expertos, como la periodista Alejandra Matus, el economista de la Fundación Sol, Marco Kremerman, el empresario “con sentimientos” Roberto Fantuzzi y el secretario nacional del Colegio Médico, José Miguel Bernucci; “quienes finalmente fueron algunos de los que destaparon un poco esta olla del mal manejo y del triunfalismo que tuvo el gobierno desde el principio”, dice.
Y tercero, quería escuchar las opiniones y vivencias de la gente con la que se encontraba en la calle, mientras otras personas tenían la posibilidad de quedarse en sus casas haciendo cuarentena.
En agosto, cuando empezaron los desconfinamientos, terminó de filmar porque —pensó— “que así cerraba mucho mejor el ciclo”.
—¿Siempre fue tu idea armar un largometraje?
—Básicamente cuando dije voy a ir a vivir un mes -mínimo- en esta pieza de Estación Central. Por esta cuestión sicológica que hace que, después de los 21 días te acostumbres a tu situación; por ejemplo, si llevas 21 días fumando, ya al día 22 es un hábito tuyo. Pero también, al ser un documental, fui bastante libre, más allá del guión o de los requisitos que puse antes de empezar. Tiene que ver también con elegir el material que usarás al final una vez que terminas de grabar todo. Los directores que más admiro son los que toman ese tipo de decisiones: qué es lo mejor para la película, no para mí. En algún momento también pensé en una miniserie de cortos para subir a Internet.
“Esto es lo que comen los pobres”
—Uno de los requisitos que mencionas en Distancia Social es no entrevistar a ningún político. ¿Esas condiciones las decidiste sobre la marcha?
—Antes. Cuando uno toma la decisión gonzo, tiene que tener ciertas reglas, bastante parecido al cine Dogma que hicieron en los 90. Y sentí que hablar con ningún político era una de las reglas que había que seguir.
Tras el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución del 15 de noviembre de 2019, Fernando Lasalvia sintió que, hasta antes de esa fecha, “los políticos estaban pidiendo perdón por la desconexión”, pero tras aquel hito empezaron a aparecer “en los matinales diciendo y dictando cómo debía ser Chile”. Le pareció que no entrevistar a políticos era una decisión lógica para darle un espacio a otras voces menos visibles.
—Una de las razones del documental es hacer un trabajo de la memoria, porque siento que vivimos en un constante loop, pero que en el loop nuevo nos agregan lo mismo pero diferente. Incluso, tiene mucho que ver con la palabra “estallido social”; yo prefiero hablar de “levantamiento social”. Hablamos como si el alza en el Metro fuera lo que gatilló todo. Y no fue así, solo fue la gota que rebalsó el vaso. Siento que vivimos en este constante loop desmemoriado, en que nos cagan, nos cagan y nos vuelven a cagar. Como que uno se olvida de la última cagada porque la nueva es mucho más fuerte. Siento que el Covid-19 hizo todo más evidente, pero es algo que viene pasando durante décadas en Chile.
—Mientras viviste en Villa Portales, ¿qué fue lo que más te impactó?
—Al empezar a estudiarla, uno se da cuenta lo distinta que era la concepción de una vivienda cuando realmente se pensaba desde la universidad a la vivienda social, y no desde el punto de vista inmobiliario. Los “guetos verticales” se ven desde la Villa Portales, y encuentro que esa es una paradoja de la vida. Cuando se hizo la Villa Portales, se hicieron la Villa Olímpica, Villa Frei, Villa Francia, y se pensaron como lugares donde se genera comunidad, en que vas al paño central y en el camino te encuentras con un lugar de costuras, con una señora que vende queques, con otros que tienen un emprendimiento de hamburguesas veganas. Más que el frío, más que haber estado en un lugar bastante chico, diría que lo que más me impactó fue eso, el sentido de comunidad, en que la gente ayuda a la gente frente a la desprotección del gobierno. Siento que el capital humano en Chile es tremendo, pero las razones detrás son horribles, que es la desprotección. Pero finalmente está ese capital humano que, incluso, se romantiza mucho en los medios tradicionales. La gente de las ollas comunes me decía que en democracia no deberían haber ollas comunes, si las ollas comunes son para época de guerra. Hay un pueblo que es mucho más informado de lo que dice la televisión.
—¿Qué conclusión sacaste comiendo con la caja de alimentos?
—Que la elección de los alimentos fue por un prejuicio, netamente, de “esto es lo que comen los pobres”. Harinas blancas, azúcares, todos los alimentos que te generan más ansiedad. ¿Dónde está el Elige Vivir Sano? También te das cuenta de que, con la caja, hay una contradicción con planes antiguos de este mismo gobierno. También, de que gran parte del pueblo es vegetariano, que no es una cosa de la élite como se muestra muchas veces. La gente de emprendimientos vegetarianos y veganos es mucha. Que les llegue una caja con cosas de las que ni siquiera se alimentan, incluso es un atentado a la economía familiar. O sea, una jefa de hogar que sabe lo que tiene que comprar mes a mes, que sabe cuáles son sus elementos, y que incluso puede tener una hija o hijo que es celíaco, no le sirve la harina blanca ni los tallarines.
—¿Cuál era tu rutina en la Villa Portales? ¿Solo te dedicabas al documental?
—Estuve todo el rato en eso, aunque también hice clases en la universidad. Tengo grababa una teleclase, pero no la incluí en el documental. Esta imagen de que uno se las tenía que arreglar un poco por uno mismo para poder vivirla, porque si no tenías buena conexión a Internet no podías hacer la clase.
—¿Qué fue lo más desafiante para realizar el documental?
—A mí lo que me afectó un poco fue lo que me dijo el sicólogo del documental. “A ti te pasa un poco lo que nos pasa a nosotros, que tenemos que terapearnos el día viernes por todo lo que hemos escuchado de lunes a jueves”. Lo que afectó fueron las catarsis de la gente frente a la cámara, sobre las cosas que me decían: del sufrimiento que llevan, del esfuerzo que han tenido que hacer durante décadas. O sea, tomarle realmente el peso a la palabra “esfuerzo”. No como la dicen nuestros políticos; ellos no tienen idea de lo que es hacer un esfuerzo. Llevan abusando por décadas de la gente que está totalmente lejos de los privilegios. Es lógico que tengan rabia. Si tenía algún tipo de insomnio era más por eso que por el frío.
Difícil sorpresa
—¿El giro que das al concepto de “distancia social” en qué momento surge?
—Partió antes. Me puse a leer harto sobre la clase media de Chile desde el siglo XIX, y uno se pregunta: ¿Qué es la clase media en Chile? Nos llegó esta enfermedad y se comportó en un país que supuestamente es de clase media. Cuando te llega una enfermedad, tienes que vender el auto, te tienes que endeudar, si no tienes pega cagaste. Siento que el término “distancia social” tiene que ver más con la distancia física, porque la distancia social ha existido durante décadas y el Covid-19 la hizo un poco más evidente. Es una pregunta que le hice a todos los expertos: “¿qué es para ti la distancia social?”. Y para muchos de ellos significaba eso, la gran diferencia de clases en un Santiago tremendamente segregado, en que los políticos hacen medidas para sus compañeros de colegio sin saber que no todo el resto del país es así.