Es mezquino no reconocer la baja de la pobreza
Entrevista a Felipe Berríos, sacerdote jesuita y líder social.
La voz de las organizaciones de ayuda social más mediáticas de Chile entra al debate sobre las cifras que entregó la Casen. Afirma que el Programa Puente sí ha sido efectivo en combatir la miseria, califica de injusto el trato que le dio Canal 13 y niega ser la persona más influyente de Chile. Si eso fuera cierto, dice, “ya no habría más campamentos”
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Por Mirko Macari
¿No vai a poner nada malo, cierto?”, me dice riéndose Catalina, la encargada de prensa de Un Techo para Chile, cuando salimos de su oficina, ahí en Santa Rosa con Departamental. No es que un periodista esté obligado a poner algo malo, pienso, pero sí a tomar distancia, a que la entrevista no quede mamona, que no sea una pieza de relaciones públicas, como ocurre muchas veces por tantas razones despreciables. Es cierto que ahora eso es más difícil porque si hay alguien transversal, con licencia para criticar a moros y cristianos (cristianos, sobre todo), es este cura que iba a casar a Iván Zamorano con Kenita Larraín. El cura de moda, lo bautizaron entonces, porque el tipo es rostro, es carismático y es ondero, porque todos le dicen Felipe y porque va a comer a las mansiones más empingorotadas y se codea con la creme de la creme del poder, y les habla de las injusticias, de la pobreza, y después de la sopa de cebollas les dice que la moral no está debajo de la cintura, sino abajo de la ciudad. “Obviamente, tú en la mañana puedes estar conversando con una señora que no tiene qué echarle a la olla, y en la noche llegas a una casa y primero saludas de beso a la empleada, y la gente se incomoda por eso”, cuenta él con su voz pausada y baja, pero que no por eso tiene menos fuerza.
Berríos es jesuita, cómo no, y es la cara de esta organización que construye mediaguas y que esta semana entregó su propia radiografía sobre el mundo de los campamentos, los más pobres de los pobres en Chile. Su centro de operaciones, en la comuna de San Joaquín, tiene un aire al centro de la NASA donde se monitorean los lanzamientos espaciales: muchos computadores, diferentes niveles, ninguna puerta ni separación y toda la gente trabajando afanosa y motivada.
–Pablo Longueira dice que eres la persona más influyente de Chile.
–Si lo fuera no habría más campamentos.
–Probablemente alude a tu capacidad de abrir puertas, de que gente de agenda copada te reciba y conteste el teléfono.
–Pero a mí me encantaría tener esa influencia para, por ejemplo, haber conseguido algo por la buena para estas señoras que me estaban esperando afuera, que han luchado por meses para poder tener un sitio mientras construimos las casas definitivas. Pero ahora tenemos que ir por la mala.
–¿Qué significa a la mala?
–Tenemos que empezar a protestar, a presionar, que ellos ejerzan sus derechos, hacer que se cumpla la justicia.
–¿Un cura subvirtiendo el orden?
–El orden debería estar para cumplir la justicia, pero hay autoridades que son elegidas para ayudar a la gente y no las ayudan. Hay alcaldes que ni siquiera saben que en sus comunas existen campamentos, y otros que los ven como un estorbo.
–¿En la política hay mucha insensibilidad hacia la pobreza?
–Necesitamos rescatar la política como un medio de servicio, por eso me opongo a esa onda que hay hoy de hablar en contra de la política. Todos los defectos y las miserias que tienen los políticos, también los tienen los empresarios, los curas, son parte de la condición humana. Necesitamos que los mejores jóvenes se metan en la política, porque sin buenos políticos nunca vamos a resolver la pobreza ni la exclusión social. Es ahí donde se cambian las estructuras.
–El catastro de campamentos habla de 28.500 familias que viven en estos lugares. ¿Cuántos individuos son?
–Debería corresponder a 4,5 personas por familia.
–O sea, unas 130 mil personas. ¿Son menos que antes o está estancado?
–Mucho menos que antes, pero no debiera haber ninguna. El problema de Latinoamérica no es que sea un continente pobre, sino que es un continente injusto. Yo viví en el África negra, que es pobre, pero Latinoamérica no es pobre, es injusta.
–¿Qué te parece la discusión política sobre si ha bajado o no la pobreza, a propósito de la encuesta Casen?
–Me parece una mezquindad tremenda. Yo creo que la pobreza es responsabilidad de todos.
–Decir de todos es en el fondo decir de nadie.
–Me refiero que no significa decir “pago mis impuestos y que lo resuelva el Estado”. No es solamente una variable económica, educacional o de trabajo. En medio hay metido clasismo y muchas cosas que influyen en la pobreza.
–¿Y por qué hay mezquindad?
–Hay mezquindad porque deberíamos estar orgullosos; si bien es cierto que los últimos gobiernos han tenido la responsabilidad en la disminución de la pobreza, también tenemos que ser generosos y reconocer que eso se ha debido a que hemos llegado a acuerdos políticos con la derecha. Por eso me parece mezquino que no se reconozca esta baja, que además es una cuestión objetiva.
–La Casen dice que si ganas sobre 47 mil y tantos pesos, ya no eres pobre: si ganas 50 mil estás fuera de la estadística. ¿Te parece una cifra adecuada?
–No, es una cifra muy precaria, pero tiene la ventaja de que es una medición, y si la cambiamos estaríamos midiendo peras con manzanas. Lo importante es que refleja una tendencia a la baja. Ahora, eso no refleja calidad de vida. Es un termómetro que muestra que la temperatura va bajando; pero que no nos quedemos tranquilos hasta que no haya infección es otra cosa.
–La encuesta no refleja la sensación de pobreza, las subjetividades involucradas. ¿Qué le pasa a la gente que se siente pobre?
–Yo hago una distinción entre pobreza y miseria. Pobreza es la falta de oportunidades; si a mí me dan la oportunidad de trabajar o estudiar, por ejemplo, yo tomo esas oportunidades, les saco el jugo y las aprovecho. Miseria es una persona que por mucho tiempo ha estado en la pobreza, generaciones que se han deteriorado humanamente, que no tienen amor propio ni seguridad en sí mismos. Aunque les ofrezcas oportunidades no van a saber tomarlas, no están en condiciones de tomarlas. En Chile a todo le llamamos pobreza, pero la mayoría de las veces lo que tenemos es miseria.
–La miseria está comprendida dentro de la pobreza, ¿no?
–Claro, lo complicado es que las mediciones objetivas tienen el defecto que pueden considerar pobre a una persona que es miserable.
–¿Un Techo para Chile saca a la gente de la miseria construyendo mediaguas?
–Lo que pasa es que la mediagua es un primer paso, nunca un fin. La mediagua es una herramienta pedagógica que permite que una persona por primera vez tenga algo propio: por primera vez conoce lo que es la propiedad privada, por primera vez ahorró algo de plata y tuvo de inmediato un resultado. Ahí empezamos a trabajar con ellos, a reforzar sus organizaciones, hacemos un sistema de microcrédito, redes de bibliotecas, reforzamiento escolar, capacitación; empieza todo un mundo de cosas que llamamos habilitación social. La meta no es la vivienda definitiva, es el barrio, es una comunidad organizada que puede protegerse de la delincuencia y la droga.
–Mirando las cifras, entre 1990 y 2000 la creación de campamentos se dispara de 85 a más de 200, y luego empieza a bajar. ¿Por qué?
–Hay un factor político. Hasta antes de 1990 la gente se tomaba terrenos, estaba el miedo a la dictadura. Durante el Gobierno militar, sin respetar a las personas, se trasladó gente de un lado a otro. Viene la democracia y la gente se hace visible, empieza a perder el miedo y a actuar, por eso hay un aumento. Y después empieza una disminución, porque se empiezan a aplicar políticas sociales.
–¿Qué te pareció el programa de Canal 13 que denuncia los problemas del Programa Puente?
–Creo que el Programa Puente de Chile Solidario ha sido tremendamente efectivo y eficiente. Yo he sido testigo de eso. Gran parte de la disminución de la pobreza drástica de este último tiempo se debe a ese programa.
–¿Fue injusto el tratamiento de “Contacto”?
–Sí, yo creo que fue injusto. La televisión hace un bien enorme en mostrar a sinvergüenzas y gente fresca, porque estos programas no tienen un ciento por ciento de efectividad, pero creo que les faltó mostrar la parte de efectividad que sí han tenido.
–¿Se justifica entonces la ira de Lagos?
–El ex Presidente Lagos no necesita que yo lo ande justificando, pero es lo mismo que si a nosotros, de las 30 mil o 40 mil mediaguas, de repente nos tomaran 30 casos en que quedaron mal construidas y a partir de eso, que es una realidad, se juzgue todo un programa o quede la sensación de que todo sea así.
El tarrito en la letrina
–El otro gran problema de Chile es la desigualdad. ¿Cómo la vives tú, una noche vas a comer a La Dehesa y luego viajas hasta acá, y vas viendo el contraste por la ventana, como Machuca, el de la película?
–Es que hay dos Chiles. Un Chile al que le brilla la estrella de la bandera y uno al que no le brilla. Participamos de un sistema injusto y no basta que haya personas de buena voluntad, no basta con ser bueno y decir la verdad, no robar y pagar los impuestos. Además, tengo que preocuparme de cambiar las estructuras que son injustas.
–¿Te impacta ese contraste del paisaje urbano?
–Claro que impacta. Recuerdo cuando fui a Argentina a recibir un premio, y del aeropuerto me fui a una comida con una cantidad de tenedores y vasos que no sabía cuál agarrar. Termina esa comida y me voy a un campamento a 15 o 20 minutos de ahí, a una villa miseria donde la gente se alimentaba de la basura y a los niñitos les comían los dedos las ratas. Por eso creo que es reimportante hacer que uno se ponga en el lugar del otro.
–Debes darte cuenta que el discurso dominante no es el de cambiar las estructuras.
–Yo noto que hay bastante conciencia social. Los grandes empresarios -que en el fondo hay repocos, porque los que nosotros llamamos empresarios son inversionistas-, que han sido capaces de crear empresas y han tenido contacto con los trabajadores desde un comienzo, tienen mucha conciencia social. Lo complicado son los ejecutivos que están a cargo de empresas y que quieren mostrar rendimiento, quieren aparecer en un ranking de ejecutivos exitosos. A ese gallo le da lo mismo si la empresa la venden o si reduce personal, sólo quiere mostrar resultados.
–¿Y no hay un problema en el modelo económico también?
–En Chile hemos pasado por todos los modelos y la solución va a venir del fin del clasismo que tenemos, del egoísmo y el individualismo. No es una cuestión que uno diga “cambiamos esta ley”, porque si cambiamos la ley y la persona es una fresca va a buscar la forma de burlarla igual.
–Pero con esta tasa de impuestos, por ejemplo, la desigualdad puede disminuir un poquito, pero no cambia en lo sustancial.
–Sí, son estructuras. El otro día me tocó una religiosa que vive entre los pobres y se quejaba de que a esa gente no le pagan los sueldos correctos. Pero esa misma religiosa me mostró una radio que se había comprado para la parroquia, marca Kaiwa. Y yo le hice ver que no era Aiwa, porque Aiwa es más caro, ya que paga los impuestos correctos y paga las imposiciones correctas a sus empleados. Kaiwa es una imitación de la otra que hacen unos obreros por un plato de arroz, por eso es más barata. Esa misma religiosa se aprovechaba del sistema.
–Muchas empresas que se asocian a ustedes y los apoyan lo hacen por la imagen, por estrategia de marca. No porque quieran cambiar las estructuras, sino porque la caridad es marketing, ¿o no?
–Puede ser, pero es una imagen que involucra un compromiso. Nosotros nunca pedimos sólo plata, pedimos también que vayan a construir, que se metan en los campamentos, que dialoguen con la gente que está construyendo. Te aseguro que el que ha visto eso sale distinto. La otra vez a una chiquilla que le llegó la regla y estaba muy complicada; yo me desentendí del problema, pero después vino a hablar conmigo llorando porque le había dicho a la dueña de casa donde estábamos y ella le prestó la letrina. La puerta no cerraba del todo, y allí la niña tuvo que cambiarse la toalla higiénica y lavarse con un tarrito con agua. Esa mujer nunca más en la vida volvió a ser la misma.
Fuente: La Nación Domingo 1 de julio de 2007