Parcelas de agrado: el agrado de pocos a costa de muchos
Por Tomás Blake y Tomás Gómez
Fuente: CIPER 12/05/2022
Son diversos los riesgos y transgresiones a la convivencia y el entorno que conlleva el incremento de parcelaciones para fines residenciales en terrenos rurales. En esta columna para CIPER, se detallan algunas de estas desventajas, y se advierte la importancia de que el Estado asuma su responsabilidad en este fenómeno de creciente urbanización: «En el actual contexto de crisis climática y ambiental es muy irresponsable permitir que estas parcelaciones se multipliquen sin una correcta planificación del territorio.»
Hace pocos días, la Municipalidad de Puerto Varas anunció la paralización de cuatro proyectos inmobiliarios ubicados en zonas rurales. Según se informó, sólo en 2021 se registraron cerca de seis mil nuevas parcelaciones con fines habitacionales en zonas rurales. Aunque la parcelación en zonas rurales es una práctica de larga data, recién en los últimos años ha comenzado a ser un tema controversial. ¿Qué hay detrás de las denominadas parcelas de agrado y por qué debieran preocuparnos?
La planificación territorial es una necesidad ineludible en toda sociedad moderna. En términos sencillos, planificar es racionalizar el uso del espacio para alcanzar un desarrollo armónico y equitativo. Se trata de que las ventajas de la ciudad lleguen a todos sin exclusiones. Por eso resultan tan paradójicas las políticas habitacionales que generan vivienda social en los suburbios de la ciudad, pues en lugar de acortar las brechas socioeconómicas, las acrecientan. La planificación territorial debiera comprenderse, también, como una herramienta de integración social.
Bajo esta lógica racionalizadora, corresponde al Estado determinar las zonas urbanas y su crecimiento, así como las áreas que mantendrá al margen del asentamiento urbano. La urbanización no sólo importa una autorización para formar poblaciones, sino también una cierta infraestructura básica que el Estado debe garantizar: caminos, hospitales, escuelas, así como la provisión de servicios básicos (agua, luz, alcantarillado). En este sentido, la planificación es esencial para ordenar el diseño de la ciudad y propender hacia una convivencia armónica dentro del territorio urbano. Pero, además, para determinar qué territorios se urbanizarán; la urbanización supone una alteración sustancial del medio ambiente y una afectación potencial a los recursos naturales del entorno, por lo que es imprescindible atender al valor ecológico y la aptitud productiva de las zonas a intervenir. Ponderar los diversos valores en juego es una tarea eminentemente estatal.
Las parcelas de agrado defraudan la racionalidad de la planificación, pues, al nivel explosivo en que se están desarrollando, configuran auténticos centros poblados al margen de la ciudad. No se trata solo de infringir una regla sobre el límite urbano. El mayor riesgo consiste en que, mirando únicamente el interés privado y con prescindencia de la utilidad social del espacio, unos pocos se erigen en autoridad y determinan dónde y cómo hacer crecer barrios o ciudades. La técnica empleada consiste en valerse de un resquicio legal, que admite la construcción en zonas rurales cuando es necesaria para la explotación agrícola. Al amparo de esta excepción, muchos polos urbanos –sin ninguna vocación agrícola– han logrado consolidarse en zonas rurales, forzando a que el Estado concurra a regularizar asentamientos ya muy difíciles de remover.
Los impactos ambientales y territoriales de esta forma de urbanización extendida son múltiples. El primero, y más evidente, es la pérdida de suelo agrícola. En comunas con suelos de alta productividad como Talagante o Padre Hurtado, por ejemplo, se estima una pérdida de un 10% promedio de superficie agrícola debido a este tipo de parcelaciones (de acuerdo con datos del Observatorio de Ciudades UC). Esta situación reduce nuestra capacidad de consolidar proyectos agrícolas sustentables (agroecología) en los bordes de la ciudad para proveer «seguridad alimentaria» a núcleos urbanos de alta concentración como Santiago.
Por otro lado, bajo la promesa de vivir «fuera de la ciudad» pero conectada con ella, se han consolidado proyectos de parcelaciones de agrado en territorios semidesérticos y alto estrés hídrico, como Colina o Lampa. Estos asentamientos monofuncionales de baja densidad y grandes extensiones de jardines ornamentales (pasto) y piscinas aumentan la presión sobre el uso del agua. Además, suponen una extensión no planificada de la ciudad que tiene como consecuencia una gran inversión en infraestructura de transporte (autopistas) y una sobrecarga de las carreteras que conectan con Santiago.
Pero quizás el impacto ambiental que más preocupa es el potencial. Como ya se ha visto en zonas como el lago Llanquihue o la Isla Grande de Chiloé, la consolidación de estos proyectos causa deforestación del bosque nativo, destrucción de humedales, fragmentación de ecosistemas y pérdida de biodiversidad. En este sentido, es muy preocupante el creciente boom de proyectos de parcelaciones en la Región de Aysén (Carretera Austral), uno de nuestros patrimonios ambientales más preciados. Los bosques y humedales de la Patagonia chilena proporcionan servicios ecosistémicos esenciales para nuestro país y el planeta (son una verdadera cuenta de ahorro natural). En el actual contexto de crisis climática y ambiental es muy irresponsable permitir que estas parcelaciones se multipliquen sin una correcta planificación del territorio.
Chile está avanzando en materia de resiliencia ante el cambio climático a través de diversos instrumentos que apuntan a la protección de ecosistemas (ley marco de cambio climático, ley humedales urbanos, plan nacional de restauración de paisajes, Estrategia Nacional de Biodiversidad, estrategia climática de largo plazo, entre otros). Asimismo, existen avances relevantes en materia de planificación del territorio con la entrada en vigencia de los planes regionales de ordenamiento territorial (PROTs). El fenómeno de las parcelas de agrado nada contra la corriente de todos estos esfuerzos y es necesario someterlo a la regulación. De lo contrario, el agrado de pocos significará un daño incuantificable para todos.