Réquiem para la población Parinacota

Fuente: El Mercurio Revista Sábado 2/01/2016

Por Arturo Galarce Fotos Sergio Alfonso López

Construidas a mediados de los años 90 en la periferia de Quilicura, las viviendas sociales de la Villa Parinacota significaron el sueño cumplido para más de ocho mil personas erradicadas de campamentos de la zona norte. Pero sin servicios básicos, hacinados y rodeados de sitios eriazos, la situación de los pobladores se convirtió en una bomba de tiempo: una amistad quebrada, cuatro cadáveres y un programa de televisión bastaron para estigmatizar a toda una población. Así se vive y se muere en la Parinacota.

La última promesa que Isaac Pardo Corey hizo a su madrastra, Aída Castro, jardinera municipal de Providencia, fue que apenas tuviera 18 años la sacaría a pasear en un descapotable. También le prometió que apenas tuviera el dinero, le compraría una casa con patio, para que por fin tuviera espacio para sus plantas. Isaac, apodado el Choro Ké, tenía 14 años y recién iniciaba su camino delictual cuando cayó de un tiro que le atravesó el pecho el 5 de junio del 2014, a pocos metros de un sitio eriazo de calle Collahuasi, en la población Parinacota, en Quilicura.
En esa misma esquina, y hace solo cinco días, un carabinero recibió un disparo cuando realizaba un control de rutina. La noticia regresó el nombre de la población a las planas policiales. Cuando murió Isaac, la atención mediática recién comenzaba.
-Él era desordenado. Desde niño fue así. Varias personas me decían que lo entregara a su madre drogadicta, la misma que me lo vino a dejar cuando pequeño -dice Aída, con un tatuaje de Isaac sobre su pecho izquierdo.
Ella cree que pudo hacer algo más esa tarde. Pero Isaac estaba incontrolable. Luego de varios forcejeos, y envalentonado por una resaca de alcohol y clonazepam, el Choro Ké salió de su departamento apenas recibió la alerta: su primo Eduardo Castro, alias Juan Barsa, tenía preparado un ultimátum contra su ex banda, conocida como Los Chubis. La idea de Eduardo era ponerle fin definitivo a su relación con la banda, zanjando de paso el territorio que peleaba como novel microtraficante. Ese día, Isaac, que además estaba de cumpleaños, se convirtió en el primer muerto de la Parinacota en manos de Los Chubis.
-Bueno, es lo que le tocó nomás. Si uno anda en esto…
Las palabras de Gino Torres, de entonces 16 años, no sorprendieron a su madre cuando se enteró de la muerte de Isaac, del que solo eran conocidos.
-Él era así, frío para esas cosas. Debe ser porque sabía que a él también le podía pasar -dice Rosanna, rubia, polera negra, labios pintados, sentada en el living de su departamento de calle Chipana. Su voz es suave y apenas se deja oír, mezclada con el reggaetón que se cuela desde afuera. Gino, su hijo, fue el segundo muerto de la población, también en riña con Los Chubis.
Fue el 25 de febrero de este año, cuando Gino, Rayo McQueen, y con un acelerado prontuario por robos en casas, tiendas, robo de vehículos y cajeros, fue acribillado afuera de este mismo block por un miembro de Los Chubis. Un mural con su rostro lo recuerda, además de los vecinos. Varios de ellos recibían la ayuda de Gino, cada vez que conseguía un buen botín.
-En muchas cárceles de Chile se lloró la muerte de mi hijo -dice Rosanna-. Yo estuve varias veces detenida (por tráfico) y ellos (Gino y sus seis hermanos) crecieron prácticamente solos. Fue la ley del más fuerte. Su sueño era irse a Europa, a Milán, y trabajar allá para ayudar a sus hermanos.
Una mujer haitiana camina con dos cajas sobre su cabeza, esquivando un riachuelo de agua sucia en la esquina de Coposa. El alcantarillado de calle Chipana, tapado hace días, arroja olor a excremento y aguas servidas que escurren por varias calles de la población Parinacota, que comprende siete manzanas de blocks, calles que parecen laberintos y miles de departamentos, casi todos reforzados con rejas y varios de ellos con un perro pitbull en la puerta.
El de Vanessa Hinojosa, 27 años, rubia, alta y ojos achinados, no es la excepción.
-De acá se ve dónde le dispararon al Arnaldo -dice Vanessa, madre de dos hijos y funcionaria del Parque del Recuerdo, apuntando la esquina de Coposa con Collahuasi, donde ahora mismo un grafitero pinta el rostro de su pareja en la fachada del block donde murió.
Vestida con polera gris y shorts, Vanessa clava su mirada en el punto exacto donde a las 22:15 del 31 de octubre pasado, Arnaldo Céspedes recibió siete disparos en el cuello y tórax. Su muerte no pasó inadvertida: esa misma noche, un equipo de En su propia trampa, de Canal 13, se encontraba grabando un capítulo del programa al interior del departamento de María Vilches, la madre de la banda de Los Chubis, quienes recibirían la furia de familiares de Arnaldo, amigos y viejos rivales. Las razones del asesinato no están claras, pero Vanessa no teme en explicarlo: cada vez que podía, entreverado en una serie de amenazas de un lado a otro, Arnaldo se enfrentaba a balazos con Los Chubis. El único detenido por su muerte fue Óscar Herrera, el Perro Óscar, cercano de Los Chubis.
-El Arnaldo era un hombre trabajador. Querido por todos. Por eso la reacción fue tan grande. Había niños, abuelos tirando piedras y gente disparando -dice Vanessa, en la cocina, donde debe preparar un cocimiento para el grafitero que contrataron los amigos de Arnaldo-. Esa noche todos le perdieron el miedo a Los Chubis, después de todo el daño que hicieron.
La mañana siguiente fue visible el resultado de la balacera: de toda la propiedad de María Vilches y Los Chubis, solo quedaron murallas y cenizas: tres departamentos de la familia fueron quemados, además de un local comercial y un Chevrolet Corsa Evolution calcinado junto a una bodega que la población le ofreció a un grupo de evangélicos. En cada propiedad, hoy se lee una consigna en spray blanco y que funciona también como advertencia: ANTICHUBIS.
-Cualquier Chubi que pillemos acá adentro, sale como colador -dirá luego un hombre, con poca cara de broma, parado frente al mural al que solo restan detalles.
La balacera fue emitida el 11 de noviembre, con peaks de 32 puntos de rating, por el programa conducido por Emilio Sutherland. Para Vanessa, la emisión de la batalla acabó por potenciar la marca que desde hace dos años pesa en una población estigmatizada por hechos de sangre: la de vivir en una de las poblaciones más peligrosas de Santiago.
Cubiertos con enormes lonas de nailon infladas por el viento, los 70 blocks de la población Parinacota construidos por la empresa Copeva, propiedad de Francisco Pérez Yoma, parecían cualquier cosa. Era una medida desesperada, durante los temporales de junio de 1997, para intentar frenar el agua que se filtraba a chorros al interior de los departamentos, dejando en evidencia las deficiencias de la construcción de esas viviendas sociales.
Habían pasado solo tres años desde su entrega, en 1994, durante el primer año de gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle. Tras la erradicación de campamentos de Renca, Lampa, Conchalí, La Legua, Quilicura, y también por medio de postulación individual a subsidio habitacional, más de ocho mil personas llegaron a poblar las viviendas sociales de la Parinacota, huyendo muchos de ellos de poblaciones ya estigmatizadas por el tráfico y la delincuencia. Pero no había jardín infantil. Ni colegio. Tampoco un consultorio. Ni siquiera almacenes, ni comisaría. Cuando alguien miraba por la ventana de su departamento, el paisaje era el mismo: sitios eriazos. Y blocks. Siete manzanas de blocks y 1.672 departamentos de 43 metros cuadrados cada uno, sobre 14 hectáreas de antiguos potreros de la periferia noroeste de Quilicura. Hoy, desde la implantación del plan «Segunda Oportunidad» del Serviu, ocho blocks han sido demolidos, reubicando a las personas en otras comunas y disminuyendo la densidad a casi siete mil habitantes.
Carmen Sepúlveda Romo (DC) era la alcaldesa de esa comuna cuando los edificios se entregaron:
-No había nada. Estas son decisiones que tomaba el Ministerio de Vivienda (entonces dirigido por el ministro Edmundo Hermosilla), que se veía obligado a responder a las demandas habitacionales -dice Sepúlveda, hoy Consejera Regional por la circunscripción Santiago I-. Nosotros como municipio teníamos que recibir a las personas, aunque no tuviéramos la infraestructura que se requería. Nunca estuve de acuerdo con las políticas de vivienda. Se fomentó el hacinamiento. Fue una época en que se privilegió la cantidad por sobre la calidad.
-De una u otra manera, por la falta de espacio de los departamentos, lo que ocurría era que la mayoría de los niños andaban en la calle -dice Alejandro Martínez, quilicurano y actual director de la Dirección de Desarrollo Comunitario de la comuna-. Esos fueron los semilleros de la situación que tenemos hoy. A los niños los recibieron en el gimnasio municipal. Ahí hacían sus clases. Imagínate cómo era esa situación con frío en el invierno y calor en el verano. La inasistencia era muy alta.
Antes de la construcción de los primeros servicios básicos inaugurados en 1997 (el colegio María Sepúlveda, el estadio municipal y el consultorio Irene Frei), la mayoría de los niños de la población pasaron por esas salas, divididas con paneles de oficina, en el gimnasio municipal. Por ahí transitaron los hijos de María Vilches, los Chubis. También Arnaldo Céspedes, el abatido la noche que se grababa el programa. Mientras Eduardo Castro, apodado Juan Barsa, fue matriculado en el colegio María Luisa Sepúlveda, donde coincidió con Cristian, el hijo menor de María Vilches. Eso fue antes, dice Juan. Antes de convertirse en soldado de Los Chubis.
-Yo llegué cuando tenía 11 años a la población. Nos tomamos un departamento que estaba desocupado con mi mamá cuando nos vinimos de La Pincoya -dice Juan Barsa, al teléfono desde la laguna Carén. Dedicado al microtráfico, prefirió salir junto a su familia y mantenerse lejos del asedio policial que trajo la muerte de Arnaldo a la población.
-Yo pasaba todo el día con Los Chubis -explica Juan Barsa-. Empecé a fumar pasta y me metí en la volá. El Cojo Marco (Marco Meza Vilches) y El Palta (Cristian Meza Vilches) y el Hugo Meza Vilches, me empezaron a utilizar. Me humillaban. Me pedían que vendiera droga para ellos. Fui soldado de ellos. Me pasaban pistolas, me tiré balazos con otros. Yo no estaba solo. El España también era soldado de Los Chubis. A los 17 años empecé a robar y a tener mis propias cosas. Eso les molestaba, que me independizara. Para qué voy a mentir, ellos me tendieron la mano varias veces. Pero después se me dio la mano para hacer mis cosas ilegales. Vendí droga y ya no iba para su casa. Eso les molestó. Que vendiera droga, que ganara plata, que tuviera mis autitos de lujo. Como que les estaba peleando el territorio. Me iban a huev… a la casa, pasaban en el auto amenazándome. Hasta que un día no aguanté más, tuve mi propia pistola, una 9 mm, y me dije: voy a pescarlos a balazos.
Ese día era el 5 de junio del 2014, cuando Isaac Pardo, su primo, el Choro Ké, decidió acompañarlo. Lo mismo hizo el España.
-Llegué y estaban los tres. Me rodearon y yo con la pistola en la mano les dije que hasta aquí llegaba el huev… -agrega Juan Barsa-. Ahora dicen que yo tengo una banda, y ¡adónde!, yo soy solo, yo fui solo a encararme con ellos. Ellos se quedaron piolas y yo pensé que la había hecho. Cuando nos íbamos de vuelta, sentí que nos disparaban. Al España le llegó un balazo en la pierna y a mi primo lo mataron. Esa muerte provocó odio en mí.
La muerte del Choro Ké («la única en la que tiene responsabilidad un miembro de mi familia», dice Valeska, hija de María Vilches), trajo consecuencias para Los Chubis. Al día siguiente, Marco y Hugo fueron detenidos por personal de la Brigada de Homicidios, y más tarde condenados a seis y siete años cada uno, por el delito de homicidio simple en contra de Isaac. Según María Vilches y su familia, Cristián Meza, El Palta, fue responsable del disparo que mató a Isaac.
Después de mantenerse prófugo por seis meses, el 6 de enero de este año, Cristian, El Palta, fue encontrado calcinado al interior de una camioneta junto a un estero en Lampa. El cuerpo solo pudo ser identificado tres días después, mediante análisis de sangre en el Servicio Médico Legal. Hasta hoy no hay ningún responsable detenido.
-En esa muerte yo no tengo nada que ver -dice Juan Barsa-. Yo quería cobrar esa venganza, pero ellos tienen enemigos en otros lados. Cuando se murió El Palta yo fui el más feliz.
María Vilches, delgada, chaleco negro, camina por el rompeolas de Cartagena. Son las seis de la tarde. Está nublado. Contrario a como lucía en la emisión de En su propia trampa, pareciera que un saco de años se le vino encima. Acá, en la playa, permanece escondida junto a su familia, desde que sus departamentos fueran destruidos tras la balacera del 31 de octubre. Son más de veinte personas, dice, entre adultos y niños que se vinieron con lo puesto.
Ahora se detiene frente a la playa chica. Aquí, explica que su niñez transcurrió entre una toma de terrenos en Conchalí y la villa El Rodeo, en La Pincoya, junto al canal El Carmen. Que llegó hasta quinto básico. Que eran ocho hermanos, cuatro de ellos muertos de cáncer, al igual que su padre. Que para la entrega de las viviendas, en 1994, llegó a la población Parinacota, con sus siete hijos: Hugo, Marco, Óscar, Luis, Cristián, Valeska y José. Que les pusieron Los Chubis porque todos tenían diferente tono de piel. Que Hugo Orlando Meza era su marido, mueblista y dueño de un carro de pizzas y completos, y que se volvió alcohólico antes de irse con otra mujer. Que nunca mandó a matar a nadie.
-Y una vez, una vez, nomás, la PDI me encontró una bolsa con 18 gramos de pasta base en el velador -dice María Vilches, con el pelo mojado por la garúa que cae.
En las calles de la población, el recuerdo de sus hijos Hugo y Marco no es el mejor. Solían armar peleas. Varios de esos enfrentamientos terminaban en balazos, los que se intensificaron cuando Hugo, ya más grande, se dedicó a la venta de droga.
-Él sí vendía droga, se compró sus autos de lujo -dice Valeska, su hermana-. Pero fue él, no mi mamá, no nosotros, que estamos pagando el pato por las embarradas que se mandaron y quedamos fichados como una banda. Y más encima sin casas. El Hugo tuvo mucho dinero, pero nunca invirtió en la familia.
Con ambos hijos detenidos tras la muerte de Isaac, y el resto fuera de la casa, María Vilches explica que se convirtieron en blanco fácil. Las balaceras hacia su departamento se hicieron constantes y por eso decidió forrarlo por completo con placas de metal antibalas.
-A mi hija (Valeska) le agarraron mucha mala, porque después de la detención de sus hermanos ella se puso sapa -dice María Vilches-. No teníamos otra entrada de apoyo. ¿Entonces qué teníamos que hacer? Llamar a Carabineros y a la PDI. Yo no quiero volver a ese lugar. Pero si no me solucionan el tema y nos permutan los departamentos, yo regreso a mi casa. Y si quieren matarme, que me maten, pero yo voy a morir allá.
-Vane, preguntan los chiquillos si podemos pintarle una pistola al lado al Arnaldo.
Jordan Céspedes, hermano menor del difunto, se asoma al departamento de Vanessa. Su cuñada lo mira y le dice que no, que por ningún motivo.
-¿Por qué no le pintan un payaso? Él era fanático de los payasos. Hacía poco se había tatuado un Huasón y una Huasona -dice, con voz raspada, mientras lanza mariscos al fondo donde prepara un cocimiento para el grafitero y los amigos de su marido.
Sus ojos chinos apenas se mantienen abiertos. Desde la muerte de Arnaldo, cuenta, no ha parado, entregando antecedentes a la policía para comprobar lo que dice haber visto esa noche, desde la ventana de su departamento: que Óscar Herrera, el Perro Óscar, fue.
Después de la formalización por delito de homicidio calificado de Herrera, el pasado 25 de noviembre, Sergio Ortiz, fiscal adjunto de la Fiscalía Centro Norte, explicó a Chilevisión noticias: «(Herrera) es participante de la banda de Los Chubis. No sabemos si participante o miembro activo. Se entiende hasta ahora, por el proceso investigativo, que habría recibido una suma de 300 mil pesos, aproximadamente».
En la habitación de Vanessa, un pasaje gigante con destino a Cancún descansa sobre la pared. Se lo ganó en un concurso en su trabajo, meses atrás. El plan era viajar en enero. El plan, también, era preparar su salida de la población a su regreso.
-Estábamos pensando en irnos a Maipú. Yo por mí me quedaría hasta viejita viviendo acá, porque aquí crecí, pero con el Arnaldo pensábamos en los niños. No es normal que ellos se acostumbren a dormir cuando hay balaceras. Aquí los cabros a medida que crecen van viendo cómo se maneja la cosa. Quieren tener lo que tienen los demás, las zapatillas, la ropa, los autos. Irse por otro camino está a la mano. Acá es difícil, más todavía con todo lo que se sabe de la población ahora. ¿Quién va a querer decir que vive acá cuando salga a buscar trabajo?
Las palabras de Vanessa hacen sentido para Erich Hauck, párroco de la iglesia Sagrada Familia, de la población Parinacota. En los últimos años, la incipiente estigmatización de la población ha afectado la vida de los habitantes. No es raro, agregan del departamento de Apoyo Familiar de la Municipalidad de Quilicura, que muchos decidan falsear sus datos para solicitar créditos bancarios o modificar sus currículums con domicilios de familiares en otras comunas. Hauck, al teléfono desde la parroquia, cree que la construcción mediática de la población también tiene responsabilidad en eso.
-Yo vi el programa de En su propia trampa -dice Hauck-. Llama mucho la atención que en la televisión muestren la cosas que más impactan. Para la televisión habrá sido bueno, pero para la población, para nada. Sería bueno que cuando se muestre la realidad de una población, también se muestre la otra cara. Acá la mayoría de la gente no tiene relación con hechos de violencia.
La noche de la emisión del programa, Jimmy, 27 años, tuiteó: «Orgulloso puedo decir que vivo en la Parinacota, donde habemos personas que trabajamos y luchamos por salir adelante #EnSuPropiaTrampa». Una semana después fue despedido de su trabajo.
-Yo trabajaba para una empresa de seguridad que presta servicios a una fábrica de plásticos -dice Jimmy-. Como había trabajadores que sabían que vivía acá, hablaron con los jefes y les dijeron que podía ser inseguro. Me dijeron que para evitar problemas, me terminaban el contrato, sin más explicaciones. A mí no me da vergüenza vivir acá. Cuando uno quiere marcar la diferencia puede hacerlo, aunque igual yo conté con el apoyo de mi madre. Yo estudié en Chillán, donde terminé mi colegio. Tuve otra suerte.
-Yo lo lamento mucho -dice el periodista Emilio Sutherland-. Pero siento que valió la pena lo que hicimos porque mostramos un Chile que para mí era desconocido y es tremendamente violento. ¡Que las autoridades se pongan las pilas! Todo el mundo sabe lo que ha pasado en esa población. ¿Por qué hay que esperar que un canal de televisión lo haga visible y recién comiencen las investigaciones? Hay una lavada de mano tremenda. Si esto hubiera pasado en un sector más pudiente, y ahí yo compro la estigmatización, se habría encontrado altiro a todos los responsables de estos hechos de muerte.
Es miércoles. Vanessa camina por calle Chipana, acercando al fotógrafo al mural de Gino Torres, Rayo McQueen. Rondando las siete manzanas de blocks, zorrillos y furgones de Carabineros hoy transitan por la población como nunca antes se había visto. Si bien los vecinos se sienten más tranquilos y las balaceras han disminuido, Vanessa cree que el verdadero motivo de la calma tiene más que ver con la ausencia de Los Chubis, que con la intervención policial de Carabineros que ya carga el saldo de un funcionario baleado: el lunes pasado durante un control de rutina en calle Coposa.
Cuando dice eso, una persecución se inicia desde Coposa: un tipo a toda velocidad sobre una moto es encajonado por dos furgones de Carabineros en la esquina, ahí justo donde murió Gino Torres, ahí justo donde Vanessa, minutos más tarde, dirá que aunque Los Chubis no regresen, que aunque Arnaldo ya no esté, que aunque Carabineros tapice de furgones su población, ella prefiere irse igual. Que esto, en ningún caso es normal.
-A ver, a ver. ¿Por qué veníai corriendo?…
Un carabinero sostiene del cuello al sujeto que escapaba en la moto. Es un tipo flaco, moreno, de no más de 20 años.
-¿A quién le robaste la moto? -le insiste, antes de pedirle documentos. El tipo no los tiene. Ahora lo introducen a una patrulla.
Una oficial de Carabineros desenfunda su arma y mira alrededor corroborando que todo se mantenga en calma, mientras otros ocho funcionarios, con chalecos y cascos antibalas, observan la detención. Los vecinos salen a mirar. Y como si hubiera estado esperando esta ocasión, un hombre flaco y con barba de días sale decidido desde un block cercano. Antes que el operativo se disperse, batiendo los brazos como si fueran espadas, les lanza con rapidez:
-¡Ahora vienen a huev…!
Son casi las cuatro de la tarde. Es un día más en la población Parinacota.
«Rondando las siete manzanas de blocks, zorrillos y furgones de Carabineros hoy transitan por la población como nunca antes se había visto».

1 thoughts on “Réquiem para la población Parinacota

  • el 2017-04-02 a las 6:38 am
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    Gran reportaje, se pasaron!!!! Me pregunto como lo hicieron para ganarse la confianza de los entrevistados. Les comento que anoche (01 de abril) juan barsa murió a tiros en la parinacota, en su ley

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